¿Cuál es el punto de partida del interés creciente por el llamado aprendizaje social y emocional?...

¿Cuál es el punto de partida del interés creciente por el llamado aprendizaje social y emocional? No todos los contenidos de la disciplina, pero sí su difusión y popularización se las debemos al científico Daniel Goleman.

En primer lugar, el reciente consenso científico mundial, que otorga al período de la infancia hasta los ocho años un papel decisivo en la conducta de adulto. El psiquiatra francés Boris Cyrulnik, profesor de la Universidad de Sud-Toulon-Var, conocido por haber desarrollado el concepto de “resiliencia”, es uno de los muchos que avalan esta idea. Pero el mérito inicial corresponde al psicólogo Walter Mischel, de la Universidad de Columbia, después de haber realizado durante treinta años experimentos con niños que tienden a demostrar no sólo la sintonía entre la capacidad para controlar los impulsos básicos en la infancia y las características de la vida adulta, sino su correlación entre los dos fenómenos.

Como es sabido, el experimento consistía en dejar a la niña o el niño solo en su clase, con un caramelo en la mesita y ofrecerle otro en recompensa si era capaz de esperar durante quince minutos el regreso del profesor sin tocar el caramelo o la campanita que lo acompañaba. ¿Qué pasaba entretanto en su cerebro: surge alguna correlación entre la decisión de no esperar ahora y los suspensos cuando llegan a la universidad? ¿Los éxitos profesionales de adultos, por el contrario, se pueden rastrear en la fuerza de voluntad que les permitió, cuando tenían cuatro años, esperar a que volviera la profesora y ganar así dos caramelos en vez de uno? Nos estamos refiriendo a un hallazgo fascinante que ha costado algo así como treinta años comprobarlo y que está lleno de implicaciones para el futuro de la educación.

Se mantuvo a los niños encerrados en una habitación y se les vigilaba por el hueco de una cerradura de vez en cuando. Hoy, claro está, se les filma permanentemente y hemos podido descubrir así la verdadera agonía que sufren algunos niños enfrentados a dominar sus instintos más primarios. Por otra parte, ahora se intenta observar sus circuitos cerebrales o, más bien, lo que pasa en su lóbulo mediano central –entre las dos cejas-, con imágenes de resonancia magnética. El experimento ha confirmado, además, intuiciones u observaciones interesantísimas sobre la importancia de la evolución cerebral a esas edades. No pretendan que un niño de tres años pueda distinguir entre pasado y futuro; mientras que la dimensión del tiempo se dibuja clarísimamente a partir de los cuatro años.

La verdad es que, en promedio, después de un seguimiento sistemático efectuado durante muchos años, es muy difícil negar que los niños de cinco años proclives a dejarse llevar por el impulso de comer el dulce, siguen sin saber reprimir sus instintos cuando alcanzan la adolescencia; sus notas académicas son peores que las de aquellos que supieron dominar sus impulsos más primarios; son más infelices y están generando mayor desasosiego a su alrededor.

Hablando en plata, estamos descubriendo por fin los trucos a los que recurrían los niños para controlar sus impulsos –distraerse, darse la vuelta ignorando el caramelo tentador, entre otras estratagemas- o lo que es lo mismo, la prioridad que deberíamos otorgar al aprendizaje emocional. La ciencia está corroborando ahora que la gestión de las emociones básicas y universales debería preceder a la enseñanza de valores y, por supuesto, de contenidos académicos. Les va, a los niños, su vida de adultos.

 

Fuente: El viaje al poder de la mente. Eduardo Punset. Ediciones Destino. Barcelona. 2010.

 

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