Cuando consideramos la responsabilidad de los intelectuales, el objeto de nuestra preocupación básica debe ser su papel en la creación y en el análisis de la ideología...
Cuando consideramos la responsabilidad de los intelectuales, el objeto de nuestra preocupación básica debe ser su papel en la creación y en el análisis de la ideología. Y, de hecho, la contraposición de Kristol entre los tipos ideológicos poco razonables y los expertos responsables está formulada en unos términos que nos traen a la memoria inmediatamente el interesante e influyente ensayo de Daniel Bell sobre “el final de la ideología”, un ensayo tan importante por lo que silencia como por su contenido real. Bell presenta y discute el análisis marxista de la ideología como máscara del interés de clase, citando en especial la conocida descripción de Marx de la creencia de la burguesía de que “las condiciones
particulares de su emancipación son las condiciones
generales por las cuales, únicamente, se puede salvar la sociedad moderna y evitar la lucha de clases”. Luego afirma que la época de las ideologías ha finalizado, siendo sustituida, al menos en Occidente, por un acuerdo general según el cual cada problema debe ser resuelto en sus propios términos individuales, en el interior de la estructura de un Estado del Bienestar en el que, presumiblemente, los expertos en la dirección de las cuestiones públicas tendrán un papel destacado. Bell tiene mucho cuidado, sin embargo, en precisar el sentido exacto de “ideología” al afirmar que “las ideologías se han agotado”. Se refiere solamente a la ideología como “la conversión de las ideas en palancas sociales”, a la ideología como “conjunto de creencias, llenas de pasión, [...] [que] trata de transformar todo un modo de vida”. Las palabras clave son “transformar” y “conversión en palancas sociales”. Los intelectuales de Occidente, afirma, han dejado de interesarse por convertir sus ideas en palancas sociales para la transformación radical de la sociedad; podemos emprenderla aquí y allá con nuestro modo de vida, pero sería erróneo tratar de modificarlo de un modo sustancial. Con este consenso de los intelectuales, la ideología ha muerto.
En el ensayo de Bell hay varios hechos sorprendentes. En primer lugar, no señala en qué medida este consenso de los intelectuales es interesado. No relaciona su observación de que, en general, los intelectuales han dejado de sentir interés “en transformar todo el modo de vida” con el hecho de que desempeñan un papel cada vez más destacado en el funcionamiento del Estado del Bienestar; no relaciona su satisfacción general por el Estado del Bienestar con el hecho de que, como observa en otro lugar, “Estados Unidos se ha convertido en una sociedad opulenta, que ofrece un lugar [...] y prestigio [...] a los radicales de antaño”. En segundo lugar, no ofrece ningún razonamiento serio para mostrar que los intelectuales actúan “correctamente” o están “justificados objetivamente” al prestar el consenso a que alude, con su rechazo de la idea de que se debe transformar la sociedad. En realidad, aunque Bell es muy severo con la retórica vacía de la “Nueva Izquierda”, parece tener una fe casi utópica en que los expertos técnicos conseguirán solucionar los escasos problemas que todavía quedan; por ejemplo, el hecho de que el trabajo sea tratado como una mercancía y los problemas de la “alienación”.
Me parece por completo evidente que los problemas clásicos tienen mucho que ver con nosotros; se puede incluso afirmar, sin temor a equivocarnos, que se han agravado en amplitud e intensidad. Por ejemplo, la paradoja clásica de la miseria en medio de la abundancia es hoy un problema creciente a escala internacional. Mientras que se puede pensar, al menos en principio, cómo solucionar el problema dentro de las fronteras nacionales, lo importante es que transformar la comunidad internacional de manera que se enfrente con la enorme y acaso creciente miseria humana es algo que difícilmente puede desarrollarse dentro de la estructura del consenso de los intelectuales descrita por Bell.
Fuente: Los nuevos intelectuales. Noam Chomsky. Ediciones Península. Barcelona. 2006.
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