Cuando el cirujano envía una corriente eléctrica al interior del cerebro, la persona puede tener una experiencia vívida, muy real...

Cuando el cirujano envía una corriente eléctrica al interior del cerebro, la persona puede tener una experiencia vívida, muy real. Cuando unos productos químicos se filtran en el cerebro pueden alterar la percepción de la persona, su humor, su personalidad y su razonamiento. Cuando muere un trozo de tejido cerebral, puede desaparecer una parte de la mente: un paciente neurológico puede perder la capacidad de nombrar herramientas, reconocer caras, prever el resultado de su conducta, empatizar con los demás o conservar en la mente una región del espacio o de su propio cuerpo. (De modo que Descartes se equivocaba cuando decía que “la mente es enteramente indivisible” y concluía que debe ser completamente distinta del cuerpo). Todo sentimiento y todo pensamiento emiten señales físicas, y las nuevas tecnologías para detectarlas son tan precisas que literalmente pueden leer la mente de una persona y revelar al neurocientífico cognitivo si la persona está imaginando una cara o un lugar. Los neurocientíficos pueden sacarle un gen al ratón (un gen que también se encuentra en los seres humanos) e impedir que el ratón pueda aprender, o insertar copias extra y hacer que el ratón aprenda más deprisa. En el microscopio, el tejido cerebral muestra una complejidad asombrosa -cien mil millones de neuronas conectadas por cien billones de sinapsis- que se corresponde con la sorprendente complejidad del pensamiento y la experiencia humanos. Los modeladores de la red neuronal han empezado a demostrar cómo se pueden implementar en el conjunto de circuitos neuronales los bloques con que se construye la computación mental, como el almacenamiento y la recuperación de un patrón. Y cuando el cerebro muere, la persona deja de existir. Pese a los esfuerzos coordinados de Alfred Russel Wallace y otros científicos victorianos, parece que no es posible comunicarse con los muertos.

Las personas formadas saben, evidentemente, que la percepción, la cognición, el lenguaje y la emoción tienen sus raíces en el cerebro. Pero no deja de ser tentador imaginar éste tal como se representaba en las antiguas ilustraciones educativas, como un panel de control con indicadores y palancas manejadas por un usuario: el yo, el alma, el espíritu, la persona. Pero la neurociencia cognitiva está demostrando que también el yo es sólo una red de sistemas cerebrales.

 

Fuente: La tabla rasa. Steven Pinker. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona. 2003.

 

« volver