Cuando nos volvemos hacia la antigua sociedad china encontramos dos tradiciones “filosóficas” que desempeñan papeles complementarios: el Confucianismo y el Taoísmo...

Cuando nos volvemos hacia la antigua sociedad china encontramos dos tradiciones “filosóficas” que desempeñan papeles complementarios: el Confucianismo y el Taoísmo. En general, el primero se ocupa de las convenciones lingüísticas, éticas, jurídicas y rituales que proporcionan a la sociedad un sistema de comunicación. En otras palabras, el Confucianismo se preocupa del lenguaje convencional y bajo sus auspicios se educa a los niños de modo que sus naturalezas originalmente díscolas y caprichosas se ven obligadas a ajustarse al lecho procústeo del orden social. El individuo se define a sí mismo y a su puesto en la sociedad según fórmulas confucianas.

El Taoísmo, por otra parte, es seguido generalmente por hombres de edad, especialmente por quienes se retiran de la vida activa de la sociedad. Su retiro de la sociedad es una especie de símbolo externo de la liberación interior con respecto a las ataduras impuestas por los esquemas convencionales del pensamiento y la conducta. En efecto, el Taoísmo se interesa por el conocimiento no convencional, por comprender la vida directamente, en lugar de prestar atención a los términos lineales y abstractos del pensamiento representativo.

El Confucianismo preside, por tanto, la tarea socialmente necesaria de obligar a la espontánea originalidad de la vida a adoptar las rígidas reglas de la convención, tarea que implica no sólo conflictos y dolores sino también la pérdida de esa peculiar naturalidad e ingenuidad que torna tan graciosos a los niños pequeños, y que a veces reaparece en los santos y sabios. La función del Taoísmo consiste en reparar el inevitable daño de esta disciplina, y no sólo restaurar sino también desarrollar la espontaneidad original, que recibe el nombre de tzu-jan o “cualidad de ser uno mismo así”. Porque la espontaneidad del niño es siempre pueril, como todo lo demás que le pertenece. Su educación aumenta su rigidez, pero no su espontaneidad. En ciertas naturalezas el conflicto entre la convención social y la espontaneidad reprimida es tan violento que se manifiesta en crímenes, demencias y neurosis que son el precio que pagamos por los beneficios del orden, que nadie pone en duda.

 

Fuente: El camino del Zen. Alan W.Watts. Edhasa. Barcelona. 2003.

 

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