Definida llanamente, la liquidez es la posibilidad que ofrece un mercado de salir de él en cualquier momento...
Definida llanamente, la liquidez es la posibilidad que ofrece un mercado de salir de él en cualquier momento sin que la transacción realizada con ese fin tenga un impacto sobre el precio de mercado. Un mercado líquido es, por lo tanto, aquél en que el precio instantáneo define y garantiza las condiciones de salida (
exit). La liquidez es, en este sentido, el Norte de los inversores, la condición sine qua non de su compromiso, ya que es una promesa de
reversibilidad: salir “cuando a uno le dé la gana”. El esquema de la liquidez determina la forma extremadamente particular, podría decirse incluso contradictoria, en que las finanzas de mercado conciben “el compromiso”. El único compromiso que los inversores están dispuestos a consentir en los mercados de capitales es el que les proporciona una garantía permanente de retirada inmediata y ad líbitum… Así, la propia idea de “compromiso” supone la aceptación de cierto grado de irreversibilidad, pero las finanzas de mercado rechazan absolutamente la reducción de su abanico de opciones, y particularmente de aquéllas que permiten salir del mercado. André Orléan, que en este ámbito se muestra como uno de los más auténticos seguidores de Keynes, ha subrayado el carácter profundamente antisocial de la búsqueda obsesiva de las posiciones líquidas. Esta posibilidad que los inversores quieren que esté constantemente abierta, para poder volver en cualquier momento a la moneda vendiendo activos “líquidos”, es la postura del individualismo radical, es decir, está desvinculada de cualquier obligación duradera. Si se busca la forma más pura y más extrema de individualismo no hay ninguna duda: es preciso observar lo que ocurre en las finanzas de mercado para encontrarla.
“Yo invierto”, declara con rotundidad el inversor de mercado, pero nunca en activos físicos. Que no se cuente con él para asumir desafíos empresariales: demasiado lejanos en el tiempo, demasiado aleatorios; sus capitales estarían inmovilizados y expuestos a todos los malos vientos que pueden afectar negativamente a la economía real. Los únicos activos que acepta en su cartera son los que tienen movilidad, son negociables y se intercambian en los mercados financieros. Así se puede entender mejor por qué en inglés se traduce “títulos” por
securities. En un primer momento la actividad bancaria estaba emparentada con la actividad productiva, al menos en el sentido de que una vez que se concedían los créditos, éstos permanecían allí, inmovilizados, en los libros. Sin embargo, el espectáculo de los mercados líquidos ha hecho que surjan deseos por parte de los bancos de no permanecer “atados” a los créditos, es decir, el deseo de adquirir flexibilidad adoptando posiciones reversibles. Y he ahí que el hada “innovación” se ofrece para convertir los sueños en realidad. Inventa la titulización y pone en marcha sus efectos divinos: convierte en inmediatamente negociable aquello que permanecía inmovilizado en el balance. Los títulos, convertidos en títulos negociables, pueden salir corriendo sobre sus patitas y abandonar los balances bancarios, que aligeran su peso de forma instantánea. Queda, sin embargo, una impresión rara: los bancos, que supuestamente eran los gestores de riesgos por excelencia, ya no los quieren.
Fuente: El porqué de las crisis financieras y cómo evitarlas. Frédéric Lordon. Los libros de la Catarata. Madrid. 2009.
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