Desde la noche de los tiempos, la humanidad ha caminado sobre un alambre debatiéndose entre dos fuerzas contrarias...
Desde la noche de los tiempos, la humanidad ha caminado sobre un alambre debatiéndose entre dos fuerzas contrarias. La cantidad de hombres no deja de crecer, tropezando periódicamente con la escasez de las tierras que le alimentan. Pero debido a esa misma cantidad, los hombres multiplican los descubrimientos, amplían las fronteras del saber y siguen su curso, aumentando la densidad y la complejidad de la vida social. De vez en cuando, las civilizaciones mueren al caer por el lado malo de esta ecuación. Incapaces de comprender lo que les ocurre, se consumen, a veces lentamente como el Imperio romano, pero a veces bruscamente como la civilización maya. El olvido de estas civilizaciones perdidas hace pensar algunas veces que el hombre siempre consigue salir airoso, pero únicamente por omisión de los casos en que no lo consiguió.
Pero ocurrió también, y a decir verdad una sola vez en la historia, que una aceleración completamente inédita de la producción de conocimientos permitió que una parte de la humanidad se enriqueciera de modo permanente. De esta manera, la posibilidad de un crecimiento estable nació en Europa en algún momento entre los siglos XII y XVIII, arrastrándola a un proceso autocatalítico en el que la riqueza parece engendrarse a sí misma. Es un proceso que hoy día se extiende al conjunto del planeta, provocando lo que puede denominarse una “occidentalización del mundo”.
La prosperidad material es un don a priori inesperado. Hace desaparecer el hambre, alarga la esperanza de vida, reduce el tiempo necesario para la producción de bienes útiles para el hombre. No obstante, desde el punto de vista de los sentimientos morales, es un don ambivalente. Calma a la sociedad, pero sólo el tiempo que requiere para revisar sus exigencias al alza. La fertilidad de Prometeo se ve neutralizada constantemente por la voracidad de su cuñada, Pandora. La imagen de Épinal de una sociedad pacificada gracias a las virtudes del “trato agradable” no resiste el análisis. La erradicación de la violencia no ha sido en modo alguno provocada por el desarrollo económico. De las guerras de religión del siglo XVI a las guerras mundiales del siglo XX, la violencia ha surgido siempre en respuesta a sus propios excesos.
Fuente: La prosperidad del mal. Daniel Cohen. Santillana Ediciones Generales. Madrid. 2010.
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