Dice el psicoanalista Claudio Risé: “Según el psicoanálisis clásico, hay una tradicional división de las tareas...

Dice el psicoanalista Claudio Risé: “Según el psicoanálisis clásico, hay una tradicional división de las tareas: el recién nacido adquiere pertenencia corporal a través de la relación con el cuerpo de la madre y desarrolla la afectividad en la relación afectiva con ella; el padre hace de puente con el mundo, la norma, el ideal. Lo que los americanos denominan visión: la producción de proyectos sociales que van más allá de la producción de las cosas necesarias. Precisamente lo hicieron esos hombres barbudos del siglo XIX. Visiones justas o equivocadas, el azar de producirlas es esencial para la sociedad”.

También en los diarios hoy se escribe a menudo, en relación con sucesos más o menos feroces, acerca de la “ausencia de los padres”. En parte, porque precisamente en las últimas décadas es posible ver con claridad las consecuencias sociales de un proceso que sufrió una aceleración en el decenio de 1920 y fue poco entendido. He aquí lo que escribe al respecto Eugenio Scalfari: “El vacío estructural de la moderna sociedad occidental proviene de la ausencia del padre. En cierto sentido, el debilitamiento e incluso la desaparición de todos los demás papeles parentales se derivan de esa laguna que está en el vértice de la familia. Faltan los puntos de referencia, la misma saludable dialéctica entre las generaciones disminuye y se transforma en una mera lucha por el poder entre viejos y jóvenes. La jerarquía familiar tenía el cometido de transmitir la identidad, la memoria histórica, el saber y el olvido. Se creía que el debilitamiento de los vínculos parentales sería una conquista de la modernidad, liberada de una vez por todas de los lazos de la sangre y de la tribu; se pensaba que el individuo, liberado de los papeles y de las usanzas repetitivas de la jerarquización, recuperaría su responsabilidad, su libertad y la plenitud de su realización. Pero estas adquisiciones tuvieron lugar sólo en un pequeña parte. En la mayoría de los casos, el individuo, abandonado a su soledad, no ha encontrado otro remedio que confundirse con la manada, es decir, con un sujeto anónimo e indiferenciado, sostenido solamente por motivaciones emocionales, tales como la identificación de una manada enemiga, la práctica, también exterior, de los signos distintivos, la voluntad de poder del grupo, la elección de un jefe en el cual delegar todos los poderes de decisión”.

La manada (la pandilla de matones, los ultras del fútbol, los del “servicio de orden”, los vigilantes, los “amigos de las noches de sábado”…) es un producto de la modernidad y, al mismo tiempo, la salida más arcaica que se pueda imaginar. Es portadora de una sociedad negativa y destructiva, y se basa en la ideología del más fuerte y en unos valores elementales de violencia, gregarismo y fetichismo.

 

Fuente: Inmadurez. Francesco M.Cataluccio. Ediciones Siruela.Madrid.2006.

 

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