Dicho más a ras de suelo: las clases sociales se disocian y, por ello, se intensifican las desigualdades sociales...

Dicho más a ras de suelo: las clases sociales se disocian y, por ello, se intensifican las desigualdades sociales. La pobreza se aísla. La familia –el lugar y el refugio de la comunidad, de la proximidad, de la intimidad y del cariño precisamente en la inhospitalidad de la modernidad- se convierte en un monstruo. Muchos esperan un crecimiento económico y seguridad laboral y nadie puede tomar a mal esta exigencia. Sin embargo, lo que aquí se persigue es mostrar el alcance de la continua destrucción, en concreto: de la autodestrucción. El agotamiento de los fundamentos y recursos de la modernización industrial tiene lugar por la modernización industrial, es decir, no es imputable a enemigos exteriores, contra los que movilizarse y poder intensificar y subrayar la común identidad y la filiación, sino que debe ser atribuida a los actores y garantes de la seguridad interior. No está claro cómo solucionar el dilema de que los mismos indicadores -¡y personas!- están a favor del bienestar y de la destrucción. La industria moderna envejece , su fe en la racionalidad, su magia técnica sufre un proceso de desencanto, de secularización; y así surge una segunda modernidad, cuyos entornos son difusos, porque en ella rige el y , sus dilemas y ambivalencias. Este es un mensaje que confunde e irrita a muchos oídos.

 

Fuente: Las consecuencias perversas de la modernidad. Ulrich Beck. Editorial Anthropos. Barcelona. 1996.

 

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