Discursos sobre la primera década de Tito Livio...
“Discursos sobre la primera década de Tito Livio”.
Aunque por la naturaleza envidiosa de los hombres el encontrar modos y órdenes nuevos ha sido siempre tan peligroso como el buscar mares y tierras desconocidos, por estar ellos más dispuestos a censurar que a alabar las acciones de los demás, sin embargo –llevado por ese deseo natural que siempre hubo en mí de realizar sin ninguna otra consideración aquellas cosas que yo creo aportan un beneficio común para todos los hombres-, he decidido entrar por una vía que, no habiendo sido todavía hollada por nadie, aunque pueda acarrearme fastidio y dificultades, podría también procurarme alguna recompensa por medio de aquellos que consideren humanamente el fin de estas fatigas mías. Y si la pobreza de mi ingenio, la poca experiencia de las cosas presentes y el escaso conocimiento de las antiguas harán este intento mío deficiente y de no mucha utilidad, al menos abrirán la vía a algún otro que, con más capacidad, más rigor de análisis y más juicio, podrá dar satisfacción a mi propósito, lo cual, si no me procurará alabanza, no debería acarrearme censura.
Considerando, pues, cuánto honor se atribuye a la Antigüedad y cómo muchas veces –dejando a un lado otros muchos ejemplos- se ha comprado a gran precio un fragmento de una estatua antigua para tenerlo junto a sí, honrar la propia casa y poder hacer que lo imiten aquellos que se deleitan en tal arte, y cómo éstos después se esfuerzan con toda su habilidad por representarlo en todas sus obras; viendo por otra parte cómo las virtuosísimas realizaciones que las historias nos muestran –llevadas a cabo por reinos y repúblicas antiguas, por reyes, capitanes, ciudadanos, legisladores y otros hombres que se esforzaron por su patria- son más bien admiradas que imitadas, incluso hasta tal punto evitadas por todos en el más mínimo de los detalles que de aquella antigua virtud no nos ha quedado señal alguna, no puedo evitar el sentir a un mismo tiempo admiración y dolor. Y esto tanto más cuando veo que en las disputas civiles que surgen entre los ciudadanos, o en las enfermedades en que caen los seres humanos, siempre se recurre a las sentencias o a los remedios dados o establecidos por los antiguos, porque las leyes civiles no son otra cosa que sentencias dadas por los antiguos jurisconsultos, las cuales -dispuestas de una forma ordenada- enseñan a juzgar a nuestros actuales jurisconsultos. Tampoco la medicina es otra cosa que experiencias llevadas a cabo por los médicos antiguos, sobre las cuales basan sus juicios los médicos actuales. No obstante, a la hora de ordenar las repúblicas, a la hora de conservar los Estados, gobernar los reinos, ordenar el ejército y hacer la guerra, a la hora de tratar a los súbditos y ampliar el Estado, no hay príncipe ni república que recurra a los ejemplos de los antiguos. Creo que esto no nace tanto de la debilidad a que la actual religión ha conducido al mundo o de ese mal causado a muchos países y ciudades cristianas por un ocio unido a la ambición, como del carecer de un verdadero conocimiento de las historias, por no extraer al leerlas el sentido ni gustar en ellas el sabor que contienen. De ahí nace que los muchos que las leen se deleitan oyendo la variedad de los acontecimientos que ellas contienen, sin pensar por lo demás en imitarlas, estimando que la imitación no sólo es difícil, sino imposible; como si el cielo, el sol, los elementos, los hombres, hubieran cambiado de movimiento, de orden y de poder con respecto a lo que eran en la Antigüedad. Queriendo, por tanto, sacar a los hombres de este error, he juzgado necesario escribir sobre todos aquellos libros de Tito Livio que la malignidad de los tiempos no nos ha interrumpido, lo que yo estime necesario, en función del conocimiento de las cosas antiguas y modernas, para la mejor inteligencia de ellos, con el fin de que quienes lean estas aclaraciones mías puedan extraer de ello más fácilmente aquella utilidad por la que se debe perseguir el conoc
Fuente: Antología. Maquiavelo. Ediciones Península. Barcelona. 2002.
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