Durante los años recientes he tomado nota de algunas observaciones sobre la vejez(E.M.Foster)

Durante los años recientes he tomado nota de algunas observaciones sobre la vejez, y ahora busco publicidad para ellas. Empezaré por distinguir la vejez de dos temas afines, a saber, la muerte y el envejecimiento.

La muerte, aunque me interesa personalmente, porque estoy destinado a experimentarla, no es hoy en día un tema de moda. Inapropiadamente, se considera comunitario. Gracias a dos guerras mundiales y la posibilidad de una tercera, el presente siglo se ha vuelto muy crudo sobre el tema de la muerte. ¡Sigue con tu trabajo!  Si lo dejas, otro lo continuará. Me di cuenta de lo que venía hace unos años, cuando me referí en un programa de radio a un poema de Matthew Arnold (“Una noche meridional”) en que se lamenta sentida, y creo que apropiadamente, de las muertes de su hermano y la esposa de éste. Recibí como resultado una carta bastante seca de un miembro de la familia Arnold, en que me acusaba de sentimentalismo. La blandura y la debilidad, sugería, podían ser perdonables en los tiempos victorianos, pero eran inaceptables hoy, cuando gracias a nuestras numerosas bajas hemos adquirido un punto de vista nuevo y más justo del valor de la vida individual. Discrepé; es decir, me reservo el derecho de asustarme al pensar en mi propia muerte y a llorar la muerte de mis seres queridos o incluso desconocidos. Deploro este pulcro rechazo del duelo, este locuaz regreso al trabajo desde el cementerio, si uno se ha personado de verdad allí. Considero que el siglo actual se ha vuelto demasiado lacónico en torno al luto, del mismo modo que el siglo XIX era demasiado expansivo. Ambos están poniendo en peligro la norma humana. ¿Quién, entonces, lloró correctamente? Los griegos. Derramaban lágrimas, se recobraban y después recordaban. En cualquier caso, mi corresponsal estaba más en contacto de lo que yo puedo estarlo con el gusto contemporáneo. Había relegado debidamente a la muerte a las estadísticas. Por lo menos no era probable que la confundiera con la vejez.

La identificación de la vejez con el envejecimiento también debe evitarse. Envejecer es una emoción que nos sorprende a casi cualquier edad. A mí me ocurrió de modo violento entre las edades de veinticinco y treinta años y aún poseo un diario que registra mi desesperación. A los veinticinco pensaba que un ser humano estaba en la flor de la edad,  y hay momentos en que tal sigue siendo mi opinión. Después de los veinticinco empieza la decadencia, uno no es como antes, el cabello escasea o podría escasear, uno pierde atractivo, es un pelmazo, encuentra los exámenes más difíciles que antes, le asusta el paso del tiempo, etc., etc. Esta desagradable sensación (sólo soportable compadeciéndose de uno mismo) es sólo intermitente excepto en casos muy especiales. Viene y se va, y es probable que sea otra forma de la sensación de ser demasiado joven, que irrita a los adolescentes. Es una de las maneras de indicar que no nos sentimos del todo cómodos en el mundo del tiempo y estamos en parte destinados a otro lugar. Ese lugar no es, sin embargo, la ancianidad.

 

 

Fuente: El libro del príncipe. E.M.Foster. Editorial Seix Barral. Barcelona. 1999.

 

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