El amor al orden es originariamente, sin la menor duda, una programación del comportamiento, y figura entre las virtudes humanas...

El amor al orden es originariamente, sin la menor duda, una programación del comportamiento, y figura entre las virtudes humanas. Se halla estrechamente vinculado a la apreciación de valores, los que percibimos para las armonías, para la acción recíproca sana y equilibrada entre las articulaciones de un sistema orgánico. Según Aldous Huxley, el afán por poner orden en la confusión y crear armonía de las disonancias, unidad de la multiplicidad, es un impulso primario y fundamental de la mente, una especie de instinto intelectual. (The wist to impose order upon confusion, to bring harmony out of dissonance and unity out of multiplicity, is a kind of intellectual instinct, a primary and fundamental urge of the mind.) El proceder metódico es indispensable en el área de las Ciencias Naturales, pero entraña también ciertos riesgos. El afán por concebir una visión unitaria del mundo ha hecho que muchos científicos ideen construcciones artificiosas de sistemas “aclaratorios monopolísticos”. Lógicamente, no es menos importante la apreciación negativa de valores que evoca en nosotros la rotura de unidades orgánicas, el desorden y el caos.

El peligro inherente a la voluntad de ordenar apareció muy tarde en la historia de la Humanidad. Dadas las condiciones de los grupos más primitivos de cazadores y recolectores, la organización de la sociedad no es mucho más complicada que, por ejemplo, la de una manada de lobos, una horda de chimpancés o una clase de párvulos. En estos grupos se encuentra ciertamente un orden jerárquico bien definido entre los individuos, un orden que puede llegar a ser incluso la tiranía del más fuerte, o, lo que es peor, conducir a la formación de una “camarilla” entre los de más rango, y, por ende, a la opresión de los más débiles. Ahora bien, esa tiranía no tiene programación genética ni ha sido institucionalizada por la tradición. No se sabe con certeza cuándo y en qué forma surgió la primera institución de las clases sociales; sin embargo, es muy probable que esa estratificación social se halle estrechamente relacionada con la aparición de la propiedad individual. En nuestra civilización, el orden jerárquico institucionalizado aparece junto con la agricultura localista y perseverante, a menos que existiera ya entre los pueblos nómadas. Al principio, la economía agrícola era, con toda certeza, una empresa familiar: padre, madre, hijos e hijas de diversas edades, a cada uno de los cuales le correspondían ciertos derechos y deberes, determinados por la tradición. Desde luego, se reclamaba la propiedad de la tierra en donde se había invertido mucho trabajo, y de ahí se derivaba tradicionalmente un derecho hereditario. El primogénito la heredaba, y los hermanos más jóvenes, sin bienes propios podían optar entre trabajar con él o pedir trabajo a otros labradores. Así nació la institución del siervo, el jornalero. H.Freyer ha demostrado de forma convincente que, con la autoctonía de la agricultura, surgió la hostilidad contra los nómadas, pues, comprensiblemente, el labrador no veía con buenos ojos que un nómada condujera su rebaño por la cuidada tierra de labranza. Quizás el fratricidio bíblico constituya una representación simbólica de ese antagonismo. Cuando era niño me preguntaba una y otra vez cómo era posible que Caín, el agricultor, matara a Abel, aunque éste, al ser pastor, sabría sin duda dar muerte a los grandes seres vivientes mejor que el cultivador.

 

Fuente: Decadencia de lo humano. Konrad Lorenz. Plaza & Janés Editores. Barcelona. 1985.

 

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