El burgués dio la mayor importancia a la racionalidad y a un “metodismo” general de vida...
El burgués dio la mayor importancia a la racionalidad y a un “metodismo” general de vida (lo que Max Weber llamó “disciplina de vida” en contra de la confianza de la aristocracia en el “sano instinto” y la espontaneidad. De aquí se desprende que el burgués sabía que su estilo de vida era cuestión de cultivarse a sí mismo, mientras que el aristócrata creía (se puede decir que erróneamente) que el suyo era el resultado de la herencia genética o, como él mismo afirmaría, de la “casta”. En consecuencia, el burgués respetaba la instrucción mientras que el aristócrata la despreciaba, por lo menos en lo relativo a la “instrucción libresca”. Virtualmente, la burguesía fue, desde el principio, una clase ilustrada; la aristocracia comprendía, hasta bien entrado el siglo XVIII, muchos individuos de la más alta nobleza que estaban orgullosos de ser analfabetos (después de todo, siempre podrían emplear un amanuense que leyese y escribiese por ellos). No es necesario decir que esta diferencia particular tuvo enormes implicaciones en la situación de las mujeres y los niños en las dos clases: las mujeres burguesas representaban un papel clave en la educación de sus hijos y, naturalmente, uno considera diferentemente un niño como objeto de instrucción que, por el contrario, un niño como producto final de un largo proceso genético.
El burgués creía en la virtud del trabajo, en oposición a la idealización aristocrática (o noble) del ocio. La burguesía variaba de un país a otro en su estilo de consumo (en los países protestantes tendía hacia el estilo de consumo
inconspicuo), aunque es justo afirmar que la ostentación deliberada de riqueza es un rasgo más aristocrático que burgués. El burgués ponía énfasis en la responsabilidad personal (la “conciencia”, especialmente en su forma protestante), mientras que el aristócrata confiaba en los preceptos del “honor”, un concepto mucho más colectivo. Incluso se podría generalizar que la burguesía creó una cultura de la conciencia, en contraposición a la cultura aristocrática del honor. De este modo, la cultura burguesa favorecía el individualismo en la esencia en su visión moral del mundo. La burguesía favorecía también la “vida limpia” tanto en su sentido literal como en el derivado (moral). Esta idea (compendiada en la máxima “limpieza de vida es afín a la santidad de vida”) llegó hasta las minucias de la conducta diaria, tales como la forma de vestir y hablar, las costumbres de higiene personal y la decoración de la casa. A los niños burgueses se les lavaba ya bien y eran bien hablados y tenían cuidado de no desordenar los muebles, tan cuidadosamente conservados. A sus contrapartidas aristocráticas se les seguía permitiendo divertirse espontáneamente desaseados. Un pequeño cuadro como ejemplo de esto: cuando Federico el Grande de Prusia construyó el palacio de Sans Souci, que debía ser el magnífico rival de Versalles, encontró necesario fijar un aviso en el gran pórtico pidiendo a los caballeros de la corte que no orinasen en la escalera. Y una pequeña posdata: el gran palacio de Schönbrunn, residencia veraniega de los Habsburgo, no tenía retretes interiores cuando empezó la Primera Guerra Mundial.
Fuente: La revolución capitalista. Peter I.Berger. Edicions 62.Barcelona.1989.
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