El carisma es tan volátil como las emociones que suscita...

El carisma es tan volátil como las emociones que suscita. Con mucha frecuencia produce sentimientos de amor, pero son difíciles de mantener. Los psicólogos hablan de “fatiga erótica”, esos momentos después del amor en que nos sentimos cansados de él, resentidos. La realidad entra sigilosamente, el amor se convierte en odio. La fatiga constituye una amenaza para todos los carismáticos, que suelen obtener amor actuando de salvadores, rescatando a la gente de alguna circunstancia difícil. Pero una vez que se siente segura, el carisma le resulta menos seductor. Los carismáticos precisan peligro y riesgo. No son burócratas lentos y laboriosos; algunos dejan deliberadamente que prosiga el peligro, como acostumbraban a hacer De Gaulle y Kennedy, o como hizo Robespierre durante el Reino del Terror. Pero la gente acaba cansándose y al primer signo de debilidad se da la vuelta. El amor que antes mostraban equivaldrá a su odio de ahora.

La única defensa es dominar el carisma. La pasión, la ira, la confianza nos hacen carismáticos, pero demasiado carisma durante demasiado tiempo crea fatiga y el deseo de tranquilidad y orden. El mejor carisma se crea conscientemente y se mantiene bajo control. Cuando se precise, se puede resplandecer de confianza y fervor, inspirando a las masas. Pero cuando la aventura ha concluido, hay que volver a la rutina, sin apagar el ardor, solo bajándolo. (Puede que Robespierre hubiera planeado esta jugada, pero llegó un día tarde.) La gente admirará nuestro autocontrol y adaptabilidad. Su aventura amorosa se acercará más al afecto habitual de marido y mujer. Incluso tendremos margen para parecer algo aburridos, algo sencillos, papel que también puede resaltar carismático si se interpreta bien. Recordemos: el carisma depende del éxito, y el mejor modo de mantenerlo, tras la primera acometida carismática, es ser prácticos e incluso prudentes. Mao Zedong era un hombre distante y enigmático que para muchos poseía un carisma que inspiraba sobrecogimiento. Sufrió variados contratiempos que habrían supuesto el fin para un hombre menos astuto, pero después de cada uno se retiraba y se volvía práctico, tolerante y flexible durante un tiempo al menos. Esto le protegía de los peligros de una reacción en contra.

Existe otra alternativa: jugar al profeta armado. Según Maquiavelo, aunque un profeta puede adquirir poder valiéndose de su personalidad carismática, no sobrevivirá mucho tiempo sin una fuerza que lo respalde. Necesita un ejército. Las masas se cansarán de él y habrá que obligarlas. Ser un profeta armado no supone literalmente armas, sino contar con un aspecto enérgico en nuestro carácter que se pueda respaldar con acción. Por desgracia, significa ser despiadado con nuestros enemigos mientras se conserve el poder. Y nadie crea enemigos más acerbos que el carismático.

 

Fuente: El arte de la seducción. Robert Greene. Espasa Calpe. Madrid. 2001.

 

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