El ejemplo más importante del primer tipo de fractura, es la creciente desigualdad de las rentas en Estados Unidos...

El ejemplo más importante del primer tipo de fractura, es la creciente desigualdad de las rentas en Estados Unidos y la presión política que ha generado para el crédito fácil. A todas luces, las rentas más visibles de la parte superior de la lista han aumentado. El 1 por ciento superior de las familias sólo justificaba el 8,9 por ciento de las rentas en 1976, pero esta proporción aumentó hasta el 23,5 por ciento de los ingresos totales generados en Estados Unidos en 2007. Dicho de otra manera, de cada dólar que creció la renta entre 1976 y 2007, 58 centavos fueron a parar al 1 por ciento superior de las familias. En 2007, el gestor de fondos de alto riesgo John Paulson ganó 3.700 millones de dólares, unas 74.000 veces la renta media familiar en Estados Unidos.

Pero aunque los descomunales ingresos de los más ricos suscitan el interés público y enfurecen a los columnistas de clase media, la mayor parte de los estadounidenses raramente conoce a un gestor de fondos de riesgo multimillonario. Más importante para su experiencia es el hecho que desde la década de 1980, el salario de los trabajadores del percentil 90 de la distribución salarial en Estados Unidos –como por ejemplo gerentes- ha crecido mucho más rápido que el del trabajador del percentil 50 (el trabajador medio), normalmente obreros y administrativos. Varios factores son responsables del crecimiento en el diferencial 90/50. Quizá lo más importante sea que aunque en Estados Unidos el progreso tecnológico exige habilidades cada vez mayores a la mano de obra –para nuestros padres un título de bachillerato era suficiente, mientras que una licenciatura apenas basta para un empleo administrativo hoy en día-, el sistema educativo no ha logrado proporcionar a la fuerza laboral la instrucción necesaria. Los problemas tienen sus raíces en una alimentación, socialización y educación mediocres en la primera infancia, y en escuelas primarias y secundarias disfuncionales que dejan a muchos ciudadanos mal preparados para la enseñanza superior.

La consecuencia diaria para la clase media es un salario estancado, amén de una creciente inseguridad laboral. Los políticos perciben el dolor de sus electores, pero resulta muy difícil mejorar la calidad de la educación, pues la mejora requiere cambios políticos reales y efectivos, en un ámbito en el que los numerosos intereses creados favorecen el statu quo. Además, cualquier cambio necesitará años para dejar sentir su efecto y, por lo tanto, no resolverá la actual ansiedad del electorado. Por este motivo, los políticos han buscado, o han sido empujados a buscar otros modos más rápidos de aplacar a los electores. Ya hemos comprendido hace tiempo que lo importante no son los ingresos, sino el consumo. En esencia, el argumento es que si de algún modo el consumo de las familias de clase media se mantiene, si pueden permitirse un coche nuevo cada pocos años y unas vacaciones exóticas ocasionales, quizá prestarán menos atención a sus estancados salarios mensuales.

Por tanto, la respuesta política a la creciente desigualdad –ya sea planificada con sumo cuidado o una reacción poco meditada a las exigencias de los electores- era expandir los préstamos a las familias, especialmente a las de bajos ingresos. Los beneficios -aumento del consumo y mayor empleo- fueron inmediatos, en tanto que el pago de la inevitable factura se aplazaba para el futuro. Por cínico que parezca, el crédito fácil ha sido utilizado como paliativo a lo largo de toda la historia por parte de los gobiernos incapaces de resolver la profunda angustia de la clase media. Sin embargo, los políticos pretenden formular el objetivo en términos más animosos y persuasivos que el del simple aumento del consumo. En Estados Unidos, la extensión de la propiedad de la vivienda -un elemento clave del sueño americano- a las familias de ingresos bajos y medios era el eje primordial justificable para objetivos más amplios de expansión del crédito y el consumo. Pero cuando el dinero fácil impulsado por un gobierno generoso entra en contacto con el motor de los beneficios de un sector financiero sofisticado, competitivo y amoral, se abre una profunda brecha.

 

Fuente: Grietas del sistema. Raghuram G.Rajan. Ediciones Deusto.Barcelona.2011.

 

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