El estudio de gemelos de Bouchard reveló que los genes influían considerablemente en numerosos rasgos de la personalidad, medidos mediante el uso de pruebas psicológicas normalizadas...
El estudio de gemelos de Bouchard reveló que los genes influían considerablemente en numerosos rasgos de la personalidad, medidos mediante el uso de pruebas psicológicas normalizadas. De hecho, más del 50 por ciento de la variabilidad observada en una serie de características -la tendencia a ser religioso, por poner un ejemplo- estaba causada normalmente por la variación implícita en los genes. Bouchard concluyó que, sorprendentemente, la educación tenía poca influencia sobre la personalidad: “En múltiples mediciones de personalidad y carácter, intereses profesionales y preferencias para pasar el tiempo libre, y actitudes sociales, los gemelos MZ criados por separado son casi tan similares como los gemelos MZ criados conjuntamente”. Dicho de otro modo, cuando se trata de componentes cuantificables de la personalidad, la naturaleza parece triunfar sobre la crianza. Esta falta de efecto de la educación sobre el desarrollo de la personalidad ha dejado perplejo incluso a Bouchard. La educación tiene poca influencia y, sin embargo, los datos siguen mostrando un efecto considerable del entorno: los gemelos MZ criados por separado son tan parecidos mutuamente como los que se crían juntos pero, no obstante, en ambos casos existen diferencias entre los componentes de un par. ¿Podría existir un aspecto del entorno distinto de la educación? Se ha sugerido que una experiencia prenatal diferente, la vida de un feto en el útero, puede ser importante; incluso pequeñas diferencias en esta etapa del desarrollo precoz –cuando al fin y al cabo se está formando el cerebro- pueden tener un efecto significativo en lo que vamos a ser. Hasta los gemelos MZ pueden encontrarse en marcos uterinos muy distintos merced a los caprichos naturales de la implantación -el alojamiento del embrión en la pared del útero- y el desarrollo de la placenta. La creencia popular de que todos los gemelos MZ comparten una única placenta (y por lo tanto se encuentran en un ambiente uterino similar) es errónea: el 25 por ciento de los pares MZ tienen placentas distintas. Diversos estudios han mostrado que estos gemelos se diferencian más entre ellos que los pares que han compartido una sola placenta.
El gran problema con el que han tropezado todos los estudios de gemelos es la genética de la inteligencia. ¿Qué parte de nuestro ingenio viene determinada por nuestros genes? La experiencia cotidiana es suficiente para demostrar que hay mucha variación por el mundo. Cuando enseñaba en Harvard llegué a conocer estrechamente el modelo que nos es familiar: en toda población hay unos cuantos que verdaderamente no son demasiado brillantes, unos cuantos que son de una inteligencia inquietante y una gran mayoría que es del montón. El hecho de que el marco fuera Harvard, donde la población había sido preseleccionada en función de la inteligencia, no cambia nada: las mismas proporciones se mantienen sea cual sea el grupo. Esta curva de campana en la distribución puede describir por supuesto casi cualquier rasgo humano que varíe: la mayoría de nosotros somos de talla media, pero entre nosotros los hay que son altísimos y los hay que son bajísimos. Pero cuando se utiliza para describir variaciones de inteligencia humana, la curva de campana ha demostrado que puede levantar una polvareda de rechazo. La razón es que una tierra de igualdad de oportunidades, donde cada uno de nosotros es libre de ir tan lejos como le lleve el ingenio, la inteligencia es un rasgo con profundas repercusiones socioeconómicas: su medida es una predicción de cómo le irá a uno en la vida. Y así, el debate naturaleza/crianza se enreda con las nobles aspiraciones de nuestra sociedad meritocrática. Pero dada la compleja interacción de los dos factores, ¿cómo podemos juzgar fidedignamente el peso de cada uno de ellos? Los padres inteligentes no sólo transmiten los genes de la inteligencia; también tienden a criar a sus hijos de un modo que favorezca el desarrollo intelectual, confundiendo de este modo
Fuente: ADN. James D.Watson. Santillana Ediciones Generales. Madrid. 2003
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