El fordismo como hegemonía capitalista...

El fordismo como hegemonía capitalista.

En las antípodas de los países marcados por un precario equilibrio entre el estado y la sociedad civil, como Alemania, Italia y Rusia, Gramsci veía a Estados Unidos como un país en el que la clase dirigente había implantado la más completa hegemonía. Al igual que otros marxistas europeos, Gramsci creía que el extraordinario éxito del capitalismo estadounidense –y la concomitante debilidad del socialismo- podía ser explicado por la ausencia del feudalismo; y como luego resultó, pudo vincular este hecho histórico con su más amplia teoría de la hegemonía. Gramsci escribió que los pioneros anglosajones que se establecieron en Norteamérica llevaron con ellos una nueva “energía moral” y “un nuevo nivel de civilización”, sin el lastre de los residuos preindustriales, que hicieron posible una expansión prácticamente ilimitada del capitalismo. Al no tener constreñimientos feudales, los obstáculos al desarrollo capitalista (y, posteriormente, a la denominación de las grandes corporaciones) fueron más fácilmente superados en Estados Unidos que en países europeos más ligados a la tradición. Como lo expresó Gramsci, la ausencia de sedimentos parasitarios, dejados atrás por anteriores fases de la historia, había permitido a la industria y, sobre todo, al comercio avanzar sobre una base comparativamente sólida.

El factor clave de la política estadounidense fue que la vida del país había girado siempre alrededor de la economía capitalista, de la que emergió un nuevo tipo de ser humano, un nuevo proceso de trabajo, una nueva y dinámica cultura materialista sin residuos feudales (monarquía, nobleza, campesinado) y, como corolario a todo ello, una oposición políticamente mal desarrollada en comparación con la mayoría de las sociedades europeas. Gramsci añadió que el modo de existencia social propio del capitalismo liberal allanaba el camino hacia el posterior éxito de las formas de racionalidad burocrático-corporativas. Ciertamente, el fenómeno que Gramsci denominó “fordismo” o “americanismo” parecía aplicable por igual al liberalismo y a la racionalidad tecnológica -o, por lo menos, su convergencia adoptó un cariz “natural” en un ámbito en el que la hegemonía burguesa encontraba tan poca resistencia.

En los años veinte, las empresas estadounidenses, con Henry Ford a la cabeza, se convirtieron en el “prototipo del nuevo industrialismo”, hecho posible por innovadoras formas de tecnología mecánica y por el control burocrático de la mano de obra. La expresión ideológica natural de este proceso -la racionalización tecnológica- era ahora asimilada a las complejas formas de control ideológico y cultural. Gramsci vio en este proceso de racionalización el ariete de una nueva época: las clases dirigentes ya no estaban obsesionadas solamente por la eficiencia y los beneficios, sino que ponían el máximo empeño en evitar la crisis económica y reconsolidar el sistema sobre una base ideológica más firme. De ahí que el “fordismo” representase “el paso desde el viejo individualismo económico a la economía planificada”.

En tanto que ejes de una economía fordista organizada y planificada, la burocracia y la tecnología no eran meros ingredientes estáticos de un proceso de industrialización, sino parte de un sistema más amplio de dominación, y la racionalidad que encarnaban se convertiría en una fuerza hegemónica de significativas proporciones no sólo en Estados Unidos, por supuesto, sino en todas las economías capitalistas desarrolladas.

 

Fuente: Entender el capitalismo. Douglas Down (ed.). Edicions Bellaterra. Barcelona. 2003.

 

« volver