El Minotauro Global. Yanis Varoufakis. Capitán Swing Libros. Madrid. 2012.

Las crisis regulares perpetúan el pasado al revitalizar ciclos que empezaron hace mucho tiempo. En contraste, las Crisis (con C mayúscula) son el toque a difuntos del pasado. Funcionan como laboratorios en los que se incuba el futuro. Nos han dado la agricultura y la revolución industrial, la tecnología y el contrato de trabajo, los gérmenes asesinos y los antibióticos. Una vez que atacan, el pasado deja de ser un índice de predicción fiable del futuro y nace un mundo nuevo.

Durante los últimos trescientos años o así, el mundo cambió deprisa y con furia. La mercantilización empezó cuando el campesinado fue apartado de sus tierras ancestrales mediante cercamientos. Más tarde, se aceleró cuando el trabajo de ese campesinado expulsado se emparedó tras las paredes de las fábricas. Una vez que el trabajo humano se mezcló con el trabajo de máquinas de vapor y telares mecánicos, se produjo un imparable flujo de mercancías que se extendió por todos los rincones del planeta. Desde entonces,  la mercantilización ha tomado el mundo al asalto. Hoy, sus tentáculos se han introducido en el microcosmos, patentando genomas y reclamando organismos híbridos como “propiedad” de alguien. Con el tiempo, privatizará la luna y los planetas, incluso el sol y las estrellas. Sin embargo, su intervención más significativa en el funcionamiento de la sociedad llegó en etapas tempranas.

Desde el mismo inicio, la mercantilización dio origen a una inversión del ciclo producción-distribución. Mientras que en el pasado la producción siempre precedía a la división de la cosecha entre quienes trabajaban para producirla y las poderosas élites que reclamaban parte de ella apoyándose en alguna convención socialmente establecida, la mercantilización de tierra y trabajo significó que la parte de la mano de obra se pagaba por adelantado (en forma de salario). La distribución, por lo tanto, empezaba incluso antes de que se recogiera la cosecha.

No se puede exagerar el efecto de esta inversión. Estabilizó y desestabilizó al mismo tiempo las recién creadas sociedades de mercado. Mientras que introducía una nueva versión del secreto de Condorcet, que estabilizaba el nuevo orden sin fin, también infundía en el capitalismo ya formado la dinamita potencial que se conoce como finanzas. Y, por si esto no fuera suficiente, le añadió dos problemáticos gremlins y un horroroso espíritu por si acaso.

La disponibilidad de las finanzas, como iba a descubrir el doctor Fausto en su perjuicio, hacía que las alzas se dispararan y las caídas fuesen insoportables. Además, el espíritu del trabajo sin humanos engatusa a las sociedades de mercado al generar una dinámica perversa, que intenta, en nombre de la rentabilidad, mecanizar la actividad humana para darse cuenta después de que cuanto más lo consiguen, menos valiosos son los bienes producidos.

 

Fuente: El Minotauro Global. Yanis Varoufakis. Capitán Swing Libros. Madrid. 2012.

 

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