El primer principio del pensamiento único es tan sólido que un marxista distraído no lo cuestionaría...
El primer principio del pensamiento único es tan sólido que un marxista distraído no lo cuestionaría: lo económico predomina sobre lo político.
En nombre del “realismo” y del “pragmatismo” -que Alain Minc formula de la manera siguiente: “El capitalismo no puede hundirse, es el estado natural de la sociedad. La democracia no es el estado natural de la sociedad. El mercado, sí” - se sitúa a la economía en el puesto de mando. Una economía desembarazada del obstáculo de lo social, especie de resabio patético, cuyo peso sería causa de regresión y de crisis.
Los demás conceptos clave del pensamiento único son conocidos: el mercado, cuya “mano invisible corrige las asperezas y las disfunciones del “capitalismo”, y especialmente los mercados financieros, cuyas “señales orientan y determinan el movimiento general de la economía”; la concurrencia y la competitividad que “estimulan y dinamizan a las empresas y las conducen a una permanente y benéfica modernización”; el librecambio sin límites, “factor de desarrollo ininterrumpido del comercio y de las sociedades”; la mundialización, tanto de la producción manufacturera como de los flujos financieros; la división internacional del trabajo, que “modera las reivindicaciones sindicales y rebaja los costes salariales”; la moneda fuerte, “factor de estabilización”; la desreglamentación; la privatización; la liberalización, etc. Siempre “menos Estado”, un arbitraje constante a favor de las rentas del capital en detrimento de las del trabajo. Y la indiferencia respecto al coste ecológico.
La repetición constante en todos los medias de este catecismo, por parte de casi todos los políticos, tanto de derecha como de izquierda, le confiere tal fuerza intimidatoria que ahoga cualquier tentativa de reflexión libre, y convierte en muy difícil la resistencia contra este nuevo oscurantismo.
Fuente: Un mundo sin rumbos. Ignacio Ramonet. Editorial Debate. Madrid. 1997.
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