El principio fundamental de Beauvoir era que criarse como mujer suponía una diferencia mayor...(Sara Bakewell)

El principio fundamental de Beauvoir era que criarse como mujer suponía una diferencia mayor para una persona de lo que creía la mayor parte de la gente, incluyendo las propias mujeres. Algunas diferencias eran obvias y prácticas. Las mujeres francesas solo habían conseguido el derecho a voto con la liberación, en 1944, y seguían sin tener muchos otros derechos fundamentales. Hasta 1965, una mujer casada no podía abrir una cuenta bancaria individual. Pero las diferencias legales reflejaban unas existenciales mucho más profundas aún. Las experiencias de una mujer en el día a día y el ser-en-el-mundo divergían de las de un hombre en un momento tan temprano de la vida que pocos pensaban en ellas como en algo debido al desarrollo; la gente suponía que las diferencias eran expresiones “naturales” de la feminidad. Para Beauvoir, por el contrario, eran solo mitos de la feminidad... un término que adaptó del antropólogo Claude Lévi-Strauss, y que en última instancia derivaba de Friedrich Nietzsche y su sistema “genealógico” para desempolvar falacias sobre la cultura y la moralidad. Según el uso que hace de él Beauvoir, un mito es algo parecido a la moción de Husserl de las teorías acumuladas sobre los fenómenos, que hay que rascar y eliminar para llegar a las “cosas mismas”.

Tras una visión histórica amplia y general de mito y realidad en la primera parte del libro, Beauvoir dedicó la segunda mitad a relatar la típica vida de una mujer desde la primera infancia, mostrando cómo (tal y como ella decía) “una no nace, sino que más bien se convierte en mujer”

Las primeras influencias empiezan en la infancia escribe. Mientras a los niños se les dice que deben ser valientes, se espera que una chica llore y sea débil. Ambos sexos tienen cuentos de hadas similares, pero en ellos los machos son los héroes, príncipes o guerreros, mientras que las hembras están encerradas en torres, dormidas o encadenadas a una roca y esperando a que las rescaten. Al oír esas historias, una niña nota que su propia madre sobre todo está en casa, como una princesa prisionera, mientras que su padre sale al mundo exterior, como un guerrero que va a la guerra. Comprende dónde está su verdadero papel.

Al hacerse mayor, la niña aprende comportarse con modestia y decoro. Los niños corren, cogen cosas, trepan, agarran, pegan; literalmente se apoderan del mundo físico y luchan con él. Las chicas llevan vestidos bonitos y no se atreven a correr por si se manchan. Más tarde llevan tacones altos, corsés y faldas; se dejan crecer las uñas, y tienen que preocuparse de no rompérselas. Aprenden, de incontables y pequeñas formas, a temer que se dañen sus delicadas personas si hacen cualquier cosa. Como más tarde expresó Iris Marion Young en “Lanzar como una niña”, un ensayo de 1980 que aplicaba con más detalle el análisis de Beauvoir, las niñas llegan a pensar de sí mismas como “colocadas en el espacio”, en lugar de definir o constituir el espacio en torno a ellas mediante sus movimientos.

La adolescencia trae consigo una conciencia propia mucho más elevada, y es la edad en que algunas chicas pueden llegar a dañarse a sí mismas, mientras que los chicos con problemas tienden más bien a pelearse con otros. Se desarrolla la sexualidad, pero los niños pequeños ya son conscientes de su pene como de algo importante, mientras que los genitales de las niñas no se mencionan nunca y parecen no existir. Las primeras experiencias sexuales femeninas pueden ser embarazosas, dolorosas o amenazadoras; pueden producir más dudas acerca de una misma y ansiedad. Entonces llega el temor al embarazo. (Todo esto fue escrito antes de la aparición de la píldora.) Aunque las mujeres jóvenes disfruten del sexo, el placer sexual femenino puede ser abrumador, y por lo tanto incómodo, dice Beauvoir. Generalmente está ligado al matrimonio, para la mayoría de las mujeres, y con él llega el trabajo repetitivo y aislado de las tareas domésticas, que no tiene repercusión alguna en el mundo y no es ninguna acción “real”.

 

Fuente: En el café de los existencialistas. Sara Bakewell. Editorial Ariel. Barcelona. 2016.

 

« volver