El tedio es la condición resultante de no haber ejercitado nuestras potencialidades...

El tedio es la condición resultante de no haber ejercitado nuestras potencialidades, el remordimiento por no haberlas ejercitado, la ansiedad que produce el no ser capaz de ejercitarla y, empero, ¿qué son nuestras potencialidades?

Tomemos una idea tan sencilla como es el deseo de mejorar, de llegar a ser mejor. ¿Se trata de un instinto natural de los hombres, o es, por el contrario, resultado de un condicionamiento anterior? Los cocodrilos, los cangrejos y las águilas no evolucionan, a pesar de lo cual parecen ser plenamente felices con su humilde estatus. Y son muchos los seres humanos que disfrutan de una apacible existencia sin sentirse obligados a expandirse o desarrollarse. Junto con el deseo de evolucionar nos acomete el miedo a permanecer estáticos, es decir, el complejo de culpa. Si no tuviésemos unos padres empeñados en obligarnos a intentar ser mejores, ni maestros que nos persuadieran de aprender, ni nadie deseoso de enorgullecerse por nuestra causa, ¿no seríamos más felices? Las promesas son el pesado fardo que ha de soportar el niño blanco y que el salvaje, en su estado de bienaventuranza anterior a toda mentalidad, jamás ha oído siquiera mencionar. Heard es, por su nacimiento, hijo de un clérigo puritano; Huxley es, también por nacimiento, un victoriano volcado de cara al público; pues bien, ¿qué es su celo evolucionista sino un reflejo moral condicionado por la educación que han recibido? ¿Le importa algo a la Naturaleza que evolucionemos o no? Los instintos de la naturaleza se centran en la gratificación alimentaria y sexual, la destrucción de los rivales y la protección de la propia progenie. ¿Qué monstruo pudo ser el primero al que se le pasó por las mientes la idea del progreso? ¿Quién vino a destruir nuestra concepción de la felicidad mediante estos dolores propios del crecimiento?

 

Fuente: La sepultura sin sosiego. Cyril Connolly.Grijalbo Mondadori.Barcelona.2000.

 

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