El verdadero problema no es ambicionar un mundo mejor: es creer en la utopía de un mundo perfecto...

El verdadero problema no es ambicionar un mundo mejor: es creer en la utopía de un mundo perfecto. Es cierto lo que han observado los pensadores liberales: una de las peores cosas no sólo del comunismo sino de todas las grandes causas, es que son tan grandes que justifican cualquier sacrificio, hasta el punto de imponérselo no sólo a sus defensores mismos, sino a todos los demás. Este argumento liberal es acertado cuando sostiene que sólo aquellos que alimentan expectativas moderadas sobre el mundo pueden evitar traerle grandes males y sufrimientos.

Y sin embargo, a mí me parece que la humanidad no podría subsistir sin las grandes esperanzas, sin las pasiones absolutas. Aun cuando éstas sean derrotadas y se comprenda que las acciones de los hombres no pueden eliminar la infelicidad de los hombres. Hasta los grandes líderes revolucionarios eran conscientes de que no podían influir en determinados aspectos de la vida humana, que no podían evitar, por ejemplo, que los hombres fuesen infelices por una razón de amor. Pero cuando se tienen dieciséis años, se puede llegar a creer que incluso eso es posible.

Y es que, si reparamos en las grandes causas en las que se han visto envueltos los hombres de mi edad, por ejemplo la guerra contra el nazismo, nadie puede afirmar que el precio que hubo que pagar haya sido más alto que los resultados obtenidos. ¿Habría sido mejor un mundo en el que no hubiéramos resistido? No creo que exista ni una sola persona implicada en aquel combate que hoy diga que no valió la pena. Con la madurez de hoy, hay que aceptar que hicimos muchas cosas mal, pero, al mismo tiempo, es imposible dejar de reconocer que también hicimos muchas cosas bien.

La cuestión no es el compromiso político, sino la naturaleza de ese compromiso. ¿Se emparenta con las que fueron grandes causas de la Ilustración: razón, progreso, la mejora de las condiciones de todos los hombres? ¿O lo hace con otras causas que pueden tener la misma fuerza emocional como el nacionalismo o el racismo? No es lo mismo.

 

Fuente: Entrevista sobre el siglo XXI. Eric Hobsbawm. Editorial Crítica. Barcelona. 2000.

 

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