El XVIII fue el gran siglo de los viajeros, los coleccionistas y los clasificadores. La idea de clasificación nace de la necesidad práctica de ordenar...

El XVIII fue el gran siglo de los viajeros, los coleccionistas y los clasificadores. La idea de clasificación nace de la necesidad práctica de ordenar las plantas en los jardines botánicos y las colecciones en los gabinetes, e incluso más de la necesidad de confeccionar e imprimir catálogos. De un modo muy natural, cada coleccionista y catalogador tenía sus propias ideas acerca del modo de ordenar el material; consecuencia de ello fue una enorme confusión de nombres y disposiciones.

A mediados del siglo XVIII un joven sueco enérgico y sistemático, Carl Linnaeus (Linneo, 1707-78), que al recibir título de nobleza se convirtió en von Linné, y que era hijo de un clérigo pobre y se educó de un modo autodidacta, tomó sobre sí la tarea de clasificar de un modo unitario todos los animales, minerales y en particular vegetales del mundo. En la botánica, donde realizó su contribución principal, tuvo el genio de advertir que el gran descubrimiento de Camerarius (1665-1721), según el cual las flores son los órganos sexuales de las plantas, suministraba una clave para la clasificación. Basándose en el número de los hasta entonces despreciados estambres y pistilos, dividió las plantas en clases y órdenes. Para la división más fina de los géneros y especies introdujo la nomenclatura binaria, Linnaea Borealis L, que permitía distinguir con precisión, mediante las palabras, todo ser vivo.

La época estaba ya madura para esta ordenación del saber, por arbitraria que fuera (y al principio lo fue bastante). Linneo viajó mucho, recogió enorme variedad de vegetales e instaló en Uppsala un jardín botánico sistemático. Pronto reunió en torno a sí a un grupo de fieles discípulos que viajaron por todo el mundo para completar su colección y encontraron en todas partes imitadores y admiradores. La Linnean Society de Londres se fundó en 1788. Sobre la base de su sencillo sistema y de su indudable dominio de la materia, Linneo impuso su clasificación por todo el mundo ilustrado. Sigue siendo, con algunas modificaciones, la de la botánica y la zoología actuales. Por otra parte, su clasificación de los minerales, basada inevitablemente en esa época en principios no científicos, se abandonó en seguida y cedió el paso a un sistema más racional basado en la química y en la cristalografía.

Los naturalistas, armados con este sistema, pudieron trabajar coordinadamente en el mundo entero, sabiendo que designaban el mismo organismo utilizando los mismos términos y pudiendo, por lo tanto, elaborar un catálogo común de los seres vivos, proceso que continúa en nuestra época. El sistema de Linneo, originariamente demasiado rígido, fue modificado progresivamente sin roturas sustanciales convirtiéndose cada vez más en un sistema natural. Así, las especies con semejanzas mayores que las aparentes pudieron reunirse en un mismo género, mientras que los grupos mayores, géneros y familias, se dividieron en razón de las diferencias más importantes.

La obra de sistematización tenía inmediatamente y a largo plazo un valor práctico. Científicamente, con todo, contenía una consecuencia de alcance muy superior: en adelante sería imposible completar la clasificación natural de los seres vivos sin tener que recordar irremisiblemente las relaciones implicadas por los mismos términos utilizados, los géneros y las familias. Uno de los primeros en advertirlo fue George Louis de Buffon (1707-88). Con su brillantez y afabilidad contribuyó más que ningún otro científico a popularizar la historia natural en la Corte de Francia y entre la burguesía ascendente, de la que era miembro ennoblecido. En 1739 fue nombrado curador del Jardin du Roi, ahora Jardin des Plantes, convirtiéndolo durante largo tiempo en un gran instituto de investigación donde recibían inspiración y enseñanza muchos de los biólogos y químicos de Francia. A diferencia de Linneo, que carecía de todo conocimiento que no fuera el de la historia natural, Buffon fue orig

 

Fuente: Historia social de la ciencia I. John D.Bernal. Edicions 62. Barcelona. 1967.

 

« volver