Empecemos con el <i>apalancamiento</i> -un término general para cualquier forma de multiplicación de las ganancias o las pérdidas de inversión-...

Empecemos con el apalancamiento -un término general para cualquier forma de multiplicación de las ganancias o las pérdidas de inversión-. Un poco de historia ayuda a entender el concepto. Durante los años 20, en parte debido a que la Fed mantenía unos tipos de interés bajos, los inversores descubrieron que podían pedir prestado dinero para comprar acciones, conseguir suficiente beneficio en el alcista mercado de acciones como para devolver la deuda (con intereses) y aún así salir adelante. A esto se le llamaba comprar a margen, y es una forma clásica de apalancamiento. Desgraciadamente, cuando las preocupaciones por los altos tipos de interés y la caída de los precios inmobiliarios contribuyeron a disparar el crash del mercado de acciones de octubre de 1929, los inversores a margen se encontraron debiendo enormes sumas que no podían devolver. La lección: el apalancamiento puede multiplicar los beneficios, pero de la misma forma multiplica las pérdidas.

Dos formas importantes de conseguir apalancamiento son pedir prestado dinero y comerciar con valores. Un ejemplo del primero: una corporación pública (es decir, una que vende acciones) puede apalancar su participación en el capital pidiendo prestado dinero. Cuanto más se pide prestado, menos acciones que pagan dividendos es necesario vender para conseguir capital, de forma que cualesquiera beneficios o pérdidas se dividen entre una base más pequeña y como resultado son proporcionalmente mayores. El stock de la compañía parece una mejor compra y el valor de las acciones puede aumentar. Pero si una corporación pide prestado demasiado dinero, un descenso empresarial puede llevar a la bancarrota, mientras una empresa bien apalancada puede demostrar ser más resiliente.

En el mundo financiero, el apalancamiento se consigue principalmente mediante valores. Un valor [security] es cualquier instrumento financiero negociable fungible representando valor. Los valores se categorizan generalmente como títulos de deuda (como bonos y obligaciones), renta variable (como acciones normales) y contratos de derivados.

Los títulos de deuda y la renta variable se explican y se entienden fácilmente; los derivados son otra historia. Un derivado es un acuerdo entre dos partes que tiene un valor que está determinado por el movimiento de precios de algo más (llamado el subyacente [underlying]. El subyacente puede consistir en acciones, una moneda, o un tipo de interés, para citar tres ejemplos comunes. Dado que se puede colocar un derivado sobre cualquier tipo de valor, el ámbito de posibles derivados es casi infinito. Los derivados se pueden usar o para adquirir riesgo deliberadamente (y aumentar los beneficios potenciales) o para cubrirse contra un riesgo (y reducir pérdidas potenciales). Los tipos más extendidos de derivados son las opciones (instrumentos financieros que dan a los poseedores el derecho, pero no la obligación, de participar en una transacción específica de un valor), futuros (un contrato para comprar o vender un valor en una fecha futura a un precio acordado hoy), y permutas [swaps] (en las que las partes se intercambian ciertos beneficios de un instrumento financiero de una parte por los de los instrumentos financieros de la otra).

Los derivados tienen una historia bastante larga: los futuros de arroz se han comercializado en el Mercado de Intercambio de Arroz Dojima en Osaka, Japón, desde 1710. Sin embargo, más recientemente han atraído una considerable controversia porque el valor nominal total de los contratos de derivados pendientes ha crecido hasta proporciones colosales –en cientos de billones de dólares mundialmente, según algunas estimaciones-. Antes del crash de 2008, el inversor Warren Buffett definió estupendamente a los derivados llamándolos “armas financieras de destrucción masiva” y afirmaba que son una enorme burbuja. Ciertamente, durante el crash de 2008, una filial de la gigantesca compañía de seguros AIG perdió más de 18 mil millones de dólares en un tipo de permuta conocido como permutas de incumplimiento crediticio o seguros de impago de deuda [credit default swap] , o CDS por su acrónimo en inglés (básicamente un acuerdo de seguro en el que el comprador paga una prima a intervalos periódicos a cambio de un pago supeditado al hecho de que una tercera parte caiga en impago). Société Générale perdió 7,2 miles de millones de dólares en enero de ese mismo año en contratos de futuros.

A menudo, la jerga rutinaria financiera oculta prácticas verdaderamente remarcables. Tomemos los términos comunes largo y corto, por ejemplo. Si un comerciante es “largo” en futuros del petróleo, esto significa que él o ella tiene contratos para comprar o vender una cantidad especificada de petróleo en una fecha futura también especificada, a un precio acordado hoy, esperando una subida de los precios. Por tanto uno supondría naturalmente que una posición “corta” en los futuros del petróleo o en cualquier otro supondría que se espera que el precio caiga. Bastante cierto. ¿Pero cómo va alguien a invertir con éxito para obtener beneficios con valores cuyo valor disminuye? La respuesta: venta en corto (también conocida como estar corto), lo que implica pedir prestados los valores (normalmente valores pedidos prestados a un corredor, por unos honorarios) y venderlos inmediatamente, esperando que el precio de estos valores caiga, volver a comprarlos al precio disminuido y devolverlos entonces al prestatario embolsándose la diferencia de precio. Naturalmente, si el precio de los valores sube, el vendedor corto pierde dinero. Si esto parece arriesgado, qué decir de la venta corta al descubierto [naked short selling], en la que el inversor vende un instrumento financiero sin molestarse primero en comprarlo o venderlo, o incluso sin ni asegurarse de que puede ser pedido en préstamo. La venta corta sin garantías es ilegal en los EEUU, pero muchos comentaristas informados afirman que aún así la práctica está muy extendida.

 

Fuente: El final del crecimiento. Richard Heinberg. Editorial El Viejo Topo. Barcelona. 2014.

 

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