En 1933, la voz de John Maynard Keynes ya era tenida en cuenta...
En 1933, la voz de John Maynard Keynes ya era tenida en cuenta. Su respuesta al Tratado de Versalles había sido observada, así como sus contundentes ataques a Winston Churchill y al error británico, por entonces, ya reconocido, de volver al patrón oro, en 1925. Había criticado a los altos pontífices de la religión política y financiera y había demostrado que tenía razón. Ahora desafiaba a todo el mundo de la economía en su creencia más compulsiva, casi sagrada. Decía que el déficit tenía virtudes económicas y que debía ser mayor. El único camino para la recuperación era aumentarlo. La conmoción que despertó en las actitudes convencionales difícilmente podría haber sido mayor.
En el Gobierno bastante disciplinado de Westminster era considerado como indudablemente brillante aunque, sin embargo, incómodo y, quizá, incluso, hasta excéntrico. No era una persona de toda confianza. Por tanto, su primer impulso fue dirigirse a la política americana, a la que consideraba económicamente decisiva y, posiblemente, de mente más abierta. Esto sucedió el 31 de diciembre de 1933, el último día del décimo mes de la Nueva Política. Se produjo en forma de una carta abierta al presidente Roosevelt, publicada no exactamente como relleno en el
New York Times . El mensaje era sencillo. Afirmaba su creencia de que la administración de Washington debía poner “el mayor énfasis en elevar el poder adquisitivo nacional resultante de los gastos del Gobierno, financiados éstos mediante préstamos”.
La carta y sus siguientes visitas al F.D.R. no han sido en modo alguno olvidadas en la historia de la Nueva Política. No obstante, en su momento tuvieron pocos efectos. La visión establecida se vio poco influenciada por una simple carta. Su influencia decisiva vendría dos años más tarde. Desde Adam Smith y Karl Marx, cuyo papel Keynes no estaba dispuesto a minimizar, ninguna idea tendría un efecto similar en la actitud y en las acciones públicas.
Las ideas tenían un doble aspecto y fueron expuestas en su obra
The General Theory of Employment Interest and Money . Se trataba de un libro complejo, mal organizado y, a menudo, confuso que debió gran parte de su influencia al papel de intermediario realizado por algunos economistas, en su mayor parte miembros jóvenes de la profesión, que lo leyeron y que transmitieron los temas fundamentales a un público más amplio y al mundo político relevante.
El primer punto fundamental del libro, ya puesto de relieve, era que la depresión no era por naturaleza una cosa temporal, que no era una manifestación del ciclo comercial que se corregiría por sí misma. Tampoco se trataba de una breve desviación del punto de equilibrio normal de pleno empleo. Keynes mantenía que, a medida que una depresión duradera lo fuera haciendo más plausible, la economía podría encontrar el equilibrio con desempleo y con una infrautilización de la capacidad de las fábricas. Mantenía, también, que una parte del flujo de ingresos proveniente de los sueldos, de los intereses, de las rentas y de los beneficios que formaban el precio de venta de un producto, no iba a ser gatada ni invertida.
Fuente: Un viaje por la economía de nuestro tiempo. John Kenneth Galbraith. Editorial Ariel. Barcelona. 1994.
« volver