En el ámbito de la biología también se ha reproducido la polémica. Autores como Darwin o Lorenz consideran que la base instintiva del hombre...

En el ámbito de la biología también se ha reproducido la polémica. Autores como Darwin o Lorenz consideran que la base instintiva del hombre determina su nivel de agresividad, de manera que se considera que las pautas de fijación del carácter son innatas y se ponen en marcha ante una señal determinada. Estos autores piensan que la parte agresiva de la naturaleza humana no es solamente una salvaguarda contra los ataques, es también la base de la realización intelectual y la consecución de la independencia. En cambio, científicos americanos han podido constatar en el laboratorio, gracias a los experimentos con chimpancés, cómo la solidaridad, antes que la competitividad o que la agresividad, puede inspirar también el comportamiento animal: grupos de chimpancés hartos disfrutaban repartiéndose la comida con otros grupos forasteros y hambrientos sin ninguna justificación aparente.
Es verdad que el hombre es el único animal de la naturaleza, con los lobos y las ratas, que puede matar a sus semejantes sin más ni más. Pero no es menos cierto que si la agresividad es inevitable, no tenemos que renunciar al hecho de poder vivir sin violencia, es decir, sin fundamentar nuestra vida en la coacción ejercida sobre una persona para obligarla a una determinada acción u omisión. La violencia es cultural, la agresividad es natural. A menudo la violencia es colectiva mientras que la agresividad es individual. La agresividad es una descarga instantánea, caótica, descontrolada de energía; la violencia supone una conspiración a largo plazo a través de estrategias crueles hasta la liquidación del rival.

 

Fuente: Sólo sé que no sé nada. Manuel Güell y Josep Muñoz. Editorial Ariel. Barcelona. 1996.

 

« volver