En el corazón de la inhumanidad del capitalismo -y ninguna persona razonable negará que el mercado es un amo amoral y a menudo cruelmente caprichoso- se encuentra el hecho de que...

En el corazón de la inhumanidad del capitalismo –y ninguna persona razonable negará que el mercado es un amo amoral y a menudo cruelmente caprichoso- se encuentra el hecho de que trata el trabajo como una mercancía. Los manuales de economía pueden tratar el intercambio de trabajo por dinero como una transacción muy parecida a la venta de un bushel de manzanas, pero todos nosotros sabemos que en términos humanos hay una enorme diferencia. Un comerciante puede vender muchas cosas, pero, por lo general, un trabajador sólo tiene un empleo, que no sólo le proporciona su sustento, sino también una buena parte de su sentido de identidad. Una mercancía que no se venda es una incomodidad, un trabajador en paro, una tragedia; es terriblemente injusto que tales tragedias las creen todos los días las nuevas tecnologías, los cambios en los gustos y los siempre cambiantes flujos del comercio mundial. No hay excusa para un sistema económico que trata a las personas como objetos, salvo que, como dijo Churchill de la democracia, el capitalismo es el peor sistema que se conoce si se exceptúan todos los otros que se han ensayado de vez en cuando. A finales del siglo XX casi nadie cree que haya alguna buena alternativa a una economía de mercado; a lo sumo podemos esperar aliviar a la gente de los aspectos más crueles de la economía.

 

Fuente: El teórico accidental. Paul Krugman.

 

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