En el segundo año me mudé a la facultad, donde mi cristianismo desapareció rápida y silenciosamente...

En el segundo año me mudé a la facultad, donde mi cristianismo desapareció rápida y silenciosamente, en parte por mi amistad con Hugh Meredith, que ya no creía, y en parte por el espíritu general de objeción que se asocia con el nombre de G.E.Moore. No recibí la influencia directa de Moore: no estaba a la altura y nunca he leído Principia Ethica. Me vino como de rebote, a través de los que conocían al Maestro. La semilla cayó en terreno fértil, aunque inferior, y empecé a pensar por mí mismo, esa preciosa experiencia de la juventud que está lejos de ser universal y que a menudo es desaconsejada. Pensé primero en la Trinidad y la encontré muy extraña. Intenté defenderla de acuerdo con mis principios heredados, pero se desmoronaba una y otra vez como un juguete inmanejable, y decidí desmontarlo y conservar el edificio principal. No me di cuenta de que era una cuestión de todo o nada, y de que la eliminación de la Trinidad había puesto en peligro la estabilidad de la Encarnación. Empecé a pensar en ello. La idea de un dios convirtiéndose en hombre para ayudar a los hombres es sobrecogedora para cualquiera dotado de un corazón. Incluso a aquella edad era consciente de que este mundo necesita ayuda. Pero nunca tuve mucho sentido del pecado y cuando comprendí que el principal objetivo de la Encarnación no era detener la guerra o el dolor o la pobreza, sino librarnos del pecado, me desinteresé todavía más y acabé desmontando el resto. Mi actitud hacia la personalidad de Cristo ayudó a acelerar el derrumbamiento general; aludiré a esto más adelante. De modo que al término de mi tercer año era tan descreído como ahora. Por adoptar una famosa frase local: el derribo de mi cristianismo se efectuó con un revuelo relativamente pequeño.

Y después King’s explotó de repente. Fue la famosa disputa sobre la misión de la facultad. La misión era un centro modesto en un suburbio de Londres. Se había montado algo similar en mi antigua escuela y no opiné nada sobre ello: se enviaba dinero, probablemente a un gimnasio, todo muy vago. Pero nuestros principales ateos se alarmaron. Aprobaban una misión, desaprobaban el cristianismo, y para un gran disgusto de las autoridades, convocaron una reunión de protesta. Su propósito era organizar una contramisión de tipo agnóstico. Apenas habían calculado las dificultades que esto entrañaría, pero eran un grupo inteligente y razonable. Maynard Keynes era uno de ellos, Hugh Meredith otro –lo ha continuado- y también hasta su muerte George Barger, después profesor de Química en Glasgow. Eran sinceros y belicosos, y los ortodoxos no tardaron en inquietarse, no sólo por sus opiniones sino también por la impertinencia de mantener una. El entonces preboste, reverendo Augustus Austen Leigh, un hombre preocupado y justo, abrió la sesión, y aún más preocupado estaba el clérigo, que dirigía la misión y trabajaba honradamente de acuerdo con sus creencias y era incapaz de comprender qué sucedía.

 

Fuente: El libro del Príncipe. E.M.Forster.Editorial Seix Barral.Barcelona.1999

 

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