En este sentido podemos responder a la cuestión planteada por Karl Marx en una de sus tesis sobre Feuerbach...
En este sentido podemos responder a la cuestión planteada por Karl Marx en una de sus tesis sobre Feuerbach: “¿Quién educará a los educadores?” Será una minoría de educadores, animados por la fe en la necesidad de reformar el pensamiento y regenerar la enseñanza. Serán unos educadores que tengan interiorizado ya en ellos el sentido de su misión.
Freud decía que existen tres funciones imposibles por definición: educar, gobernar y psicoanalizar. Y es que son algo más que funciones o profesiones. El carácter funcional de la enseñanza conduce a reducir al profesor a funcionario. El carácter profesional de la enseñanza conduce a reducir al educador a experto. La enseñanza debe volver a ser no sólo una función, una especialización, una profesión, sino una tarea de salvación pública: una misión.
Una misión de transmisión.
La transmisión necesita evidentemente competencia, pero requiere además una técnica, un arte.
Necesita lo que no está indicado en ningún manual, pero que Platón ya había señalado como condición indispensable de toda enseñanza: el eros, que es a la vez deseo, placer y amor, deseo y placer de transmitir, amor al conocimiento y amor por los alumnos. El eros permite dominar el placer ligado al poder en provecho del placer unido al don. Esto es lo que en primer lugar puede suscitar el deseo, el placer y el amor del alumno y del estudiante.
Allí donde no existe amor no hay más que problemas de carrera, de dinero para el profesor, de fastidio para el discípulo.
La misión supone evidentemente la fe, fe en la cultura y fe en las posibilidades del espíritu humano.
La misión es pues muy alta y difícil, puesto que supone al mismo tiempo arte, fe y amor.
Fuente: La mente bien ordenada. Edgar Morin. Editorial Seix Barral. Barcelona. 2000.
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