En junio de 1827, Brown inició un estudio de los granos de polen de la <i> Clarkia pulchella </i>...

En junio de 1827, Brown inició un estudio de los granos de polen de la Clarkia pulchella , una flor silvestre popular actualmente entre los jardineros, que había sido descubierta en Idaho en 1806 por Meriwether Lewis, aunque éste le puso el nombre de su compañero de exploración, William Clark. Pretendía, como siempre, analizar minuciosamente la forma y el tamaño de las partículas de polen, con la esperanza de que ello arrojaría alguna luz sobre su función y sobre la forma en que interactuaban con otras partes de la planta para cumplir con su papel reproductivo.

Brown había adquirido un microscopio de diseño reciente y actualizado. Estaba formado por lentes que impedían en gran medida los contornos irisados que perjudicaban la visión de los bordes de objetos vistos con instrumentos más primitivos. Bajo el microscopio de Brown, las formas fantasmagóricas de los granos de polen emergían claramente a la vista, con los bordes perfectamente delineados. Aun así, las imágenes no eran perfectas. Los granos de polen no se estaban quietos. Se movían, sacudiéndose incesantemente de un lado a otro; titilaban y vacilaban; se desplazaban con una gracia errática por el campo de visión del microscopio.

Este incesante movimiento complicó las investigaciones que había planeado Brown, pero eso no resultaba tan sorprendente. Más de un siglo y medio antes, Antony van Leeuwenhoek, un comerciante de tejidos de Delft, Holanda, había asombrado y deleitado al mundo científico al describir los pequeños “animáculos” extraños de una miríada de formas que su primitivo microscopio revelaba en minúsculas gotas de agua de estanque, en raspaduras de los dientes sin cepillar de hombres ancianos e incluso en una suspensión de pimienta doméstica corriente y moliente en agua pura. “El movimiento de la mayoría de esos animáculos en el agua era tan veloz y tan variado, hacia arriba, hacia abajo, y en círculos, que era fantástico observarlo”, escribió el entusiasmado Leeuwenhoek. Su descubrimiento no sólo espoleó más la investigación científica, sino que también condujo a los ciudadanos acomodados a comprar microscopios para sus salones y casas, donde podían asombrar a sus invitados con esta nueva maravilla de la naturaleza.

Algunos animáculos tenían minúsculas pilosidades o finísimas extensiones que les permitían nadar. Otros se retorcían como pequeñas anguilas. Era fácil imaginar que sus serpenteos eran, de algún modo rudimentarios, decididos. Por otra parte, los granos de polen eran de forma simple y carecían de partes móviles. Sin embargo, eran innegablemente orgánicos. A Brown le parecía razonable suponer que los granos de polen –sobre todo por ser las partes masculinas del equipo reproductivo de una planta- poseían algún espíritu vital que les impulsaba a moverse de esa forma extraña, aunque inescrutable.

 

Fuente: Incertidumbre. David Lindley. Editorial Ariel. Barcelona. 2008.

 

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