En las democracias la política exterior está determinada por la política interior...(Paul Watzlawick)

En las democracias la política exterior está determinada por la política interior, y su deseo fundamental es la seguridad y bienestar del ciudadano; en palabras de Revel, en su política exterior buscan “sobre todo un equilibrio que corresponda a su equilibrio interno”. El totalitarismo, en cambio, se construye sobre una ideología, sobre una definición oficial definitiva y por esto obligatoria para todos de la realidad humana, social y hasta científica. En consecuencia –y cito otra vez a Revel- “para él la simple existencia de otros sistemas es irreconciliable con su seguridad”. Y por esto, podría añadirse, para la política exterior de estos sistemas sólo hay un objetivo, a saber, la victoria definitiva sin concesiones sobre una base mundial, pues sólo una victoria final como ésta puede acabar el juego de sumas a cero del poder puro e introducir el paraíso en la tierra. Es evidente que esto no excluye un proceder con táctica, por ejemplo, no excluye negociaciones de las que, sin embargo, “no ha de resultar un acuerdo duradero, sino una debilitación del adversario, para disponerle a otras concesiones dejándole en la creencia enternecedora de que estas concesiones serán realmente las últimas y le aportarán estabilidad, seguridad y tranq    uilidad”.  (Sin saber exactamente por qué a uno le viene a la memoria Munich junto con el nombre de Helsinki…)

Las democracias modernas, por el contrario, se inclinan a avenirse en casos de conflicto o competencia. Revel lo expresa con más elegancia; según él éstas buscan “siempre pactar nuevos compromisos cuyo promedio sea el denominador común que aporte el mayor número de ventajas para todos. Así, pues, toda diplomacia democrática parte del principio de que vale la pena hacer concesiones, porque la otra parte contratante –de la que se supone que sea razonable y moderada-  es inducida a tener en cuenta la prestación aportada y a hacer en correspondencia una concesión a título de contraprestación, para que el compromiso sea duradero”.

 

Fuente: Lo malo de lo bueno. Paul Watzlawick. Editorial Herder. Barcelona. 1987.

 

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