En lo que respecta a Raymond Aron, Sartre albergaba un resentimiento mucho más profundo, quizá porque habían estado muy unidos cuando iban al colegio, y sin embargo habían llegado a diferir por completo en asuntos políticos. En 1955, Aron publicó El opio de los intelectuales, un ataque directo a Sartre y sus aliados, acusándolos de ser “implacables con los fallos de la democracia, pero estar dispuestos a tolerar los peores crímenes mientras se cometan en nombre de las doctrinas adecuadas. Sartre se vengó en mayo de 1968, cuando Aron se opuso a las rebeliones estudiantiles: acusé a Aron de no ser adecuado para enseñar.
En los últimos años de su vida, durante un acto para ayudar a los refugiados de Vietnam, a finales de los setenta, Sartre y Aron se encontraron y se estrecharon la mano ante los fotógrafos, emocionados por poder captar lo que tomaron como una reconciliación en toda regla. Por aquel entonces, sin embargo, Sartre estaba enfermo y bastante aturdido, al haber perdido la visión y gran parte del oído. Ya fuera por eso o por un desaire deliberado, Sartre no respondió como debía cuando Aron le saludó con un antiguo término cariñoso: “Bonjour, mon petit camarade”. Él se limitó a responder: “Bonjour”.
Una famosa observación se ha llegado a asociar con Aron y Sartre, aunque no la pronunció ninguno de los dos. En 1976, durante una entrevista con Bernard-Henri Lévy, Aron opinaba que los intelectuales izquierdistas no le odiaban porque hubiese señalado la verdadera naturaleza del comunismo, sino porque había compartido su creencia en él, ya de entrada. Lévy replicó: “¿Qué le parece? ¿Es mejor, en cualquier caso, ser Sartre o Aron? ¿Sartre, el vencedor equivocado, o Aron, derrotado pero acertado?”. Aron no dio una respuesta clara. Pero la pregunta se ha recordado y se ha convertido en una máxima sencilla y sentimental: que es mejor estar equivocado con Sartre que tener razón con Aron.
Fuente: En el café de los existencialistas. Sarah Bakewell. Ariel. Barcelona. 2016.