En los últimos lustros del siglo XX hemos asistido a un renacer de manifestaciones religiosas que rozan lo patológico...
En los últimos lustros del siglo XX hemos asistido a un renacer de manifestaciones religiosas que rozan lo patológico. Cuando la ciencia y la tecnología parecían haber triunfado, la inquietud religiosa del hombre reaparece en sus manifestaciones más irracionales. En un mundo en el que todo tiene una función pero casi nada tiene sentido (Guéhenno, 1995) las religiones se ofrecen en lo que más tienen de mágico. Nada de religión natural acompasada con la ciencia ni de metafísicas acompasadas con la razón, basta con los rituales. La modernidad había ofrecido la política como sustituto de la religión cuando propuso la plenitud de la historia como el único fin para los anhelos del hombre. Quizás por eso la militancia de izquierdas ha estado plagada de antiguos seminaristas. En la era postmoderna, la sociedad relacional ha degradado la opción política hasta una mecánica de microajustes lejos de cualquier carga de sentido trascendente, no hay que extrañarse, pues, de que muchas personas pretendan encontrar la dosis de sentido que su aspiración de trascendencia necesita en ritos y manifestaciones alejadas de cualquier racionalidad.
Fuente: La política en el laberinto. Justo Zambrana. Tusquets Editores. Barcelona. 2003.
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