Es extraño que este problema de la felicidad, que es la gran cuestión que ocupa la mente de todos los filósofos paganos, haya sido enteramente descuidado por los pensadores cristianos...
Es extraño que este problema de la felicidad, que es la gran cuestión que ocupa la mente de todos los filósofos paganos, haya sido enteramente descuidado por los pensadores cristianos. La gran cuestión que preocupa a las mentes teológicas no es la felicidad humana, sino la “salvación” humana, trágica palabra. Esta palabra tiene mal sabor para mí porque en China oigo todos los días a alguien que habla de nuestra “salvación nacional”. Todos tratan de “salvar” a China. La palabra sugiere los sentimientos de quienes ocupan un buque que se hunde, un sentimiento de condenación final, y el mejor método de escapar con vida. El cristianismo, que ha sido llamado “el último suspiro de dos mundos agonizantes” (griego y romano) conserva todavía hoy algo de esa característica, en su preocupación por el problema de la salvación. La cuestión de la vida es olvidada por la cuestión de salir con vida de este mundo. ¿Por qué ha de preocuparse tanto el hombre por la salvación, a menos que tenga la idea de estar condenado? Las mentes teológicas se ocupan tanto de la salvación, y tan poco de la felicidad, que todo lo que nos pueden decir sobre el futuro es que habrá un cielo muy vago, y cuando las interrogamos acerca de lo que haremos allí y cómo seremos felices en el cielo, sólo tienen ideas de las más vagas, como la de que cantaremos himnos y usaremos túnicas blancas. Mahoma, por lo menos, pintó un cuadro de futura felicidad con ricos vinos y frutas jugosas y doncellas apasionadas, de negros cabellos y ojos inmensos, un cuadro que podemos comprender los legos. A menos que se nos haga más vívido y convincente el cielo, no hay razón para que procuremos llegar a él, a costa de descuidar esta existencia terrena. Alguien ha dicho: “Mejor un huevo hoy que una gallina mañana”. Por lo menos, cuando planeamos unas vacaciones estivales nos tomamos el trabajo de conocer algunos detalles sobre el lugar adonde iremos. Si la oficina de turismo es absolutamente vaga sobre el punto, ya no me interesa ir; me quedo donde estoy. ¿Hemos de pugnar y bregar cuando estemos en el cielo, como deben presumir, estoy muy seguro, los que creen en el progreso y el espíritu de empresa? Pero, ¿cómo podremos pugnar y progresar, si ya seremos perfectos? ¿O vamos a holgazanear y a no preocuparnos, y nada más? En este caso, ¿no sería mejor que aprendiéramos a holgazanear en esta tierra, como preparación para nuestra vida eterna?.
Fuente: La importancia de vivir. Lin Yutang. Edhasa. Barcelona. 1980.
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