Es pronto todavía. Fueron necesarios que pasaran unos treinta años después de inventarse la electricidad...

Es pronto todavía. Fueron necesarios que pasaran unos treinta años después de inventarse la electricidad para que fueran visibles todos sus efectos. Hasta ahora la revolución electrónica ha engendrado muchos juguetes nuevos y cierta mejora en la eficacia, pero no todo son buenas noticias. Para empezar, hay un exceso. Una firma de consultoría estadounidense averiguó que muchos de sus ejecutivos recibían ciento cincuenta e-mails y más de cien mensajes de voz cada día. Trescientos e-mails al día no es algo inusual y la mayoría de receptores quieren revisarlos ellos mismos aunque les lleve su buena hora diaria. Si estás ausente durante una semana, cuando vuelves te están esperando mil de esas cosas. No es de extrañar, pues, que tanta gente se lleve sus portátiles a la playa o que cada vez sean más corrientes los “camellos del sueño”, como los llaman en Silicon Valley, la gente que sólo duerme los fines de semana.

La Comisión Europea calcula que los e-mails plaga, el correo basura, cuesta a los usuarios de Internet 6 mil millones de libras al año, la mayoría en tiempo perdido. Nuestra gente ha dejado de pensar -se me quejó otro alto cargo-. Todos están demasiado ocupados contestando correo.

Puede que las secretarias desaparezcan del despacho de los ejecutivos, sólo para ser substituidas por una nueva raza de porteros de la información. Pero puede que ni ellos logren mantener a raya a esos insidiosos invasores. Un virus borró mi carpeta de direcciones el otro día y me hizo perder la mitad de un trabajo. Y el correo que supera la barrera de los vigilantes, humanos o electrónicos, parece exigir una respuesta instantánea. Hay amigos que me telefonean para preguntarme si he recibido su e-mail del día antes porque todavía no han recibido contestación.

David Grayson, de la británica Business in the Community, ha resumido con gran precisión el ritmo del cambio.

Todo el comercio mundial del año 1949 se realiza ahora en un solo día, al igual que todas las llamadas telefónicas hechas en el mundo en 1984. Un año en un día es exactamente la impresión que uno tiene a veces. Que frenen este mundo digital, grito a veces, o por lo menos, que me den una tecla de pausa.

 

Fuente: El elefante y la pulga. Charles Handy. Ediciones Apóstrofe.Barcelona.2002.

 

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