Escucho desde el coche una tertulia radiofónica...

Escucho desde el coche una tertulia radiofónica.

Frente a la vieja casa de mis abuelos, junto a una acera apenas esbozada, en mi posguerra infantil, en las noches del estío barcelonés, mi autoritaria abuela organizaba unas tertulias “sólo para mujeres”, en las que los hombres se autoexcluían sin que yo supiera por qué. Yo era el único hombre de la reunión, sin voz ni voto, pero muy atento a aquella movida entre ingenua y desabrida.

Resultaba interesante. Y quedaba en la esfera de lo privado.

Ahora nos invaden con códigos de guerra. Ahí están con sus noticias frescas que huelen a sangre y a miseria.

Dice María Moliner que la tertulia es una reunión de personas que se juntan habitualmente, con frecuencia en un café, para conversar. Tiene también otras acepciones: elijo alcoba, cenáculo, fogón, mentidero. Mentidero viene de mentir: decir cosas que no son verdad para engañar.

McLuhan ya anticipó la revolución mediática y en unas conversaciones con “L’Express” de finales de los sesenta apuntó la lógica del cinismo, que él no acepta, en los contenidos de los diarios, que yo haría extensiva a todos los medios.

Decía así:

”Nuestros diarios son eclécticos en el sentido de que están compuestos a base de agencias de prensa, que aseguran una cobertura instantánea del acontecimiento. Fíjese en cualquier página y comprobará que se trata de un ”collage”. Es algo tan evidente que nadie lee una parte del periódico para tratar de entender la otra. El lector no busca jamás ninguna conexión entre las diferentes partes de un periódico. Sin embargo, todo es allí grandilocuente, todo tiene un eco. Un periódico vibra, interfiere, es una imagen inducida del mundo sobre la plana superficie de un mosaico, cuya única unidad es la fecha común.

La página “uno” de los periódicos está prácticamente reservada siempre a las malas noticias, casi siempre es dura y triste. ¿Sabe Vd. Por qué? A causa de la publicidad que constituye siempre un conjunto de buenas noticias, en todos los servicios que propone. Y si se quieren vender estas buenas noticias, es preciso que las haya malas también. Se trata de un hecho, no de cinismo. Es la pura verdad. La gente no va a leer las buenas noticias si no se le presentan, igualmente, las malas.

Una de las razones es que, cuando toman conciencia de los acontecimientos desagradables, sienten la emoción de haber sobrevivido. “Yo me he salvado, todavía estoy aquí”, etc. De tal forma que cuanto más leen las malas noticias, mejor se encuentran”.

Vuelvo a mi refugio personal. Es difícil describir la belleza. Quizá baste con sentirla.

 

Fuente: Ajuste de cuentas. Alfonso Durán-Pich. Ediciones Apóstrofe. Barcelona. 1997.

 

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