“Esta máquina puede salvar vidas”, afirma cierto anuncio que muestra un entorno hospitalario...

“Esta máquina puede salvar vidas”, afirma cierto anuncio que muestra un entorno hospitalario en el que una plataforma con ruedas sostiene un monitor de vídeo y un teclado, así como una superficie con un esfigmomanómetro y otros aparatos similares.

Hace poco tuve la ocasión de conocer personalmente, en una visita al médico, ese mismo “salvavidas”. Después de invitarme a tomar asiento, de tomarme la presión sanguínea y de colocar el aparato a la derecha y detrás de mí, la enfermera se situó frente al monitor y también a mis espaldas. Y, después de anotar los resultados de sus mediciones, me formuló mecánicamente una serie de preguntas que iban apareciendo en su pantalla mientras tomaba nota de mis respuestas.

Nuestras miradas jamás se cruzaron, salvo en el momento en que, al abandonar la habitación, se despidió diciendo: “Encantada de haberlo conocido”, un comentario que, dada la situación, no dudaría en calificar, dicho sea de paso, como una broma de mal gusto.

Yo también hubiera estado encantado –de haber tenido la oportunidad- de haberla conocido. Esa falta de contacto ocular refleja una modalidad de encuentro anónimo y despojado de toda conexión emocional. Y esa falta de calor significa también que yo (o ella) perfectamente podría haber sido un robot.

Pero no soy el único. Los estudios realizados al respecto en las facultades de medicina han puesto de relieve que los médicos que miran a los ojos de sus pacientes, asienten mientras escuchan, nos tocan amablemente cuando algo nos duele y nos preguntan, por ejemplo, si nos encontramos cómodos sobre la camilla, obtienen una valoración más elevada de estos. Cuando, por el contrario, no dejan de mirar el portapapeles o la pantalla de ordenador, las puntuaciones obtenidas son más bajas.

Pocas oportunidades hubo, por más empatía cognitiva que la enfermera tuviese por mí, para que sintonizara con mis sentimientos. Las raíces evolutivas de la empatía emocional (que nos permite sentir lo que otra persona está sintiendo) son muy antiguas. Este es un circuito que compartimos con el resto de los mamíferos que, al igual que nosotros, necesitan prestar mucha atención a las señales de ansiedad de sus retoños. La empatía emocional opera en un sentido ascendente y la mayor parte de la red neuronal destinada a registrar directamente los sentimientos de los demás radica en regiones evolutivamente remotas ubicadas por debajo de la corteza, que “piensan rápida” pero no profundamente. Estos circuitos nos conectan con los demás reproduciendo, en nuestro cuerpo, el estado emocional que están registrando.

 

Fuente: Focus. Daniel Goleman. Editorial Kairós. Barcelona.2013.

 

« volver