Estamos atrapados en un extraño círculo: cuanto más se denigra con la palabra al capitalismo, más se le exalta en realidad...
Estamos atrapados en un extraño círculo: cuanto más se denigra con la palabra al capitalismo, más se le exalta en realidad. Su gran astucia consiste en hacer creer a sus detractores que existen, y la ingenuidad de éstos es convencerse de ello. Pueden abuchearlo, execrarlo, pero sigue siendo, por hablar en términos marxistas, “el éter particular” donde todos respiran. El capital renace de sus cenizas cuando se le consideraba moribundo, vive aún dos siglos después del anuncio de su deceso inminente (aunque algún día desaparecerá, como toda forma histórica). En régimen de economía de mercado, la crítica, como dicen los ingleses de sus oponentes, es cooperación. A decir verdad, la oposición es esencial, pues el capitalismo dejado a su aire se precipitaría en el abismo. Atribuirle una especie de sabiduría interna que le llevara a atemperar su avidez es de un optimismo ingenuo. Por suerte, el mismo sistema suscita las reprimendas que le conducen a superarse y constituyen sus mejores cimientos. Cual yudoca, sabe reconducir la energía de su adversario en su favor, progresar de forma contradictoria y pragmática. Autorregulación admirable, jamás desmentida, prueba del célebre adagio según el cual es mejor un rival inteligente que un discípulo conforme.
La supervivencia del capitalismo después de dos siglos se debe tanto a sus enemigos como a sus adeptos .
Fuente: Miseria de la prosperidad. Pascal Bruckner. Tusquets Editores. Barcelona. 2003.
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