Experimentamos o generamos ciertos sentimientos para justificar lo que tenemos intención de hacer...
Experimentamos o generamos ciertos sentimientos para justificar lo que tenemos intención de hacer. Por ejemplo, la joven que quiere tener relaciones sexuales con su chico: “Le amo (
por consiguiente , está bien que me acueste con él)”; el joven que no quiere trabajar para su padre: “Le odio (
por lo tanto , no puedo trabajar para él)”.
Lo que la inquietud es para los medrosos el valor lo es para los valientes; la inquietud y el valor son los motivos y las justificaciones para hacer o dejar de hacer algo.
El hombre debe justificar su existencia. A la pregunta “¿Para qué soy (útil)?” ofrece diversas respuestas, que dependerán principalmente de su edad.
El niño se justifica siendo obediente: “Soy bueno. Complazco a mis padres”.
El adolescente, siendo prometedor: “Seré importante, triunfador, feliz”.
El adulto joven, siendo sexual: “Atraigo a X. Le doy (a él o a ella) placer”.
El adulto, siendo responsable: “Mi esposa (marido), mis hijos, etc. me necesitan. No podrían arreglárselas sin mí”.
La persona de mediana edad, siendo poderosa: “Domino a mi esposa (marido), a mis hijos, a mis colegas, etcétera”.
La persona de edad avanzada, siendo un superviviente: “He conseguido seguir en la brecha; todavía estoy vivo”.
Cada una de estas proposiciones confirma la importancia del individuo en el mundo. Sin semejante confirmación es probable que el individuo enferme, muera, se suicide o sufra un “colapso mental”.
El hombre debe justificar como autoafirmación su canibalismo simbólico, el hecho de que convierta a los demás en víctimas. En política, la conversión de los demás en víctimas se justifica con las imágenes del “bienestar del pueblo”; en la vida doméstica, con el “amor”; en medicina, con el “tratamiento”.
A los hombres no se les recompensa ni castiga por lo que hacen, sino más bien por cómo se definen sus actos. Por esto a los hombres les interesa más justificarse mejor que mejorar su comportamiento.
Fuente: El segundo pecado. Thomas Szasz. Ediciones Martínez Roca. Barcelona. 1992.
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