Hablando más en general, los entornos en los que los niños pasan sus primeros años...
Hablando más en general, los entornos en los que los niños pasan sus primeros años ejercen un impacto muy fuerte sobre los patrones mediante los que posteriormente estiman el mundo a su alrededor. Ya sea en relación con la moda, la comida, el entorno geográfico o la manera de hablar, los modelos encontrados inicialmente por los niños continúan afectando sus gustos y preferencias indefinidamente, y estas preferencias demuestran ser muy difíciles de cambiar.
Estrechamente relacionados con los patrones del gusto hay un conjunto de creencias emergentes acerca de qué comportamientos son buenos y qué valores han de protegerse. En la mayoría de los casos, estos patrones reflejan inicialmente de forma bastante fidedigna el sistema de valores que se encuentra vigente en casa, en la iglesia, y en la escuela maternal o en la elemental. Los valores en relación con el comportamiento (no debes robar, debes saludar la bandera) y conjuntos de creencias (mi país, bueno y malo, todas las madres son perfectas, Dios está viendo todas tus acciones) a menudo ejercen un efecto muy poderoso sobre las acciones y reacciones de los niños. En algunas culturas, pronto se traza una línea entre la esfera moral, en la que las infracciones merecen sanciones severas, y la esfera convencional, en la que las prácticas son simplemente una cuestión de gusto o de costumbres; en otras culturas, todas las prácticas se evalúan según una única dimensión de moralidad. Incluso –y quizás especialmente- cuando los niños no son conscientes de la fuente y de la controversia que envuelve estas creencias y valores, se pueden producir desafortunados choques cuando se encuentran con otros que surgen con un conjunto de valores que contrastan con los suyos. Seguramente no es casual que Lenin y los jesuitas estuvieran de acuerdo en un precepto: dejadme tener un niño hasta la edad de siete años, y tendré a ese niño de por vida.
Los niños llevan consigo en sus conciencias una amplia variedad de guiones, estereotipos, modelos y creencias. Examinados analíticamente, estos esquemas conceptuales pueden abrigar muchas contradicciones internas: “los chicos son mejores que las chicas” frente a “quiero a mi madre y odio a mi padre”; “los maestros son malos y mandones” frente a “quiero ser maestro cuando sea mayor”. Sin embargo, raramente se observan estas contradicciones e incluso cuando esto ocurre, raramente preocupan al niño. Sugeriría, además, que los adultos llevan consigo un conjunto similar de enunciados y sentimientos conflictivos (por ejemplo, en la esfera política) cuya naturaleza contradictoria rara vez demuestra ser turbadora en la vida cotidiana. Debiera verse que, sin embargo, estas perspectivas contradictorias pueden interferir en el aprendizaje formal. No sólo pueden ser lógicamente contradictorias unas con otras, sino que una o las dos pueden chocar con descubrimientos que se han establecido dentro de una disciplina. Una persona que cree que todo arte debe ser figurativo y que cree también que los dibujos abstractos tienen que ser simétricos no va a pasar un rato agradable con el arte expresionista abstracto contemporáneo.
Fuente: La mente no escolarizada. Howard Gardner. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona. 1993.
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