Hace aproximadamente dos siglos, un pequeño número de espíritus informados tomó conciencia de que la condición humana cambiaba...

Hace aproximadamente dos siglos, un pequeño número de espíritus informados tomó conciencia de que la condición humana cambiaba. En París, este pensamiento hizo que pasara de moda la querella entre los Antiguos y los Modernos; el interés se centró sobre el progreso indefinido de la especie humana. Esto hubiera sido solamente un capricho de salón, una de esas turbulencias del espíritu a las que se acomodaba el orden monárquico porque constituía una derivación para las presiones de la agitación revoltosa, si no fuera porque, como supo decirlo Voltaire mejor que cualquier otro, un aflujo y una producción desacostumbradas de mercancías y de objetos había cambiado efectivamente el gusto y había propuesto nuevas formas de ser dichosos. ¿Cómo creer a Montesquieu, por más que dijera que la población era menos numerosa que en la época romana, si era evidente en tantos lugares que se vivía mejor?

Es también el momento en que Diderot pone el acento sobre la familia no ya patriarcal, sino burguesa, y coincide con Rousseau al estrechar el círculo en torno al niño. El padre de familia vela por la dicha y la seguridad de los suyos. Es también un trabajador, generador de bienestar porque lo es de novedad. Los fisiócratas prometen abundancia a los que sepan tratar el suelo convenientemente. Adam Smith legitima la libertad de empresa mucho más útil al progreso indefinido de todas las producciones que los privilegiados de las castas altas; y los saint-simonianos lo proclamarán todavía con más dureza. Lo que hace que la autoridad sea legítima no es ya un derecho eminente, ni tampoco un derecho histórico. Es una eficacia actual hecha de concurrencia, sin piedad, que rivaliza por las invenciones, se ve recompensada por la riqueza y se expresa a través de la opinión pública ilustrada. En cuanto al poder, se impugna la verticalidad masiva característica de las instituciones que apelan al derecho divino y se espera que llegue a ser la expresión de la actividad a ras del suelo y del horizonte comercial. En vez de ser conservador de los estados de hecho, deberá darse los órganos adecuados para recrear incesantemente leyes ajustadas a las necesidades cambiantes de la empresa.


 

Fuente: La lógica de la historia. Charles Morazé. Siglo XXI de España Editores. Madrid. 1970.

 

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