Hegel desprecia y aborrece a los filósofos que quieren mantener la voluntad humana en una especie de individualidad...

Hegel desprecia y aborrece a los filósofos que quieren mantener la voluntad humana en una especie de individualidad, llamada por ellos libertad extrema y absoluta. Éstos no admiten la razón, es decir, la regla universal, sino sólo el capricho de la inspiración individual. En el derecho civil no admiten más leyes que las que se derivan de la conciencia íntima de cada uno. En política, no quieren más orden que el que nace según la voluntad libre de cada ciudadano. Y en las artes liberales no aceptan más norma que la que cada artista se forja según su talento y su naturaleza. Ésta no es, dice Hegel, la verdadera libertad, sino una vana imagen de la libertad. No es bella la obra en la que se refleja la individualidad del artista, sino sólo aquella en la que resplandece la belleza universal. En las estatuas de Fidias no encontramos al propio Fidias, sino la imagen de los dioses; la verdadera libertad, al igual que la belleza, radica en la universalidad.

Las voluntades individuales de los hombres están unidas mediante vínculos jurídicos. Según Kant, la esencia misma del derecho consiste en el ejercicio de una libertad perfecta que no perjudique a la libertad de los demás. No se encierra aquí todo el derecho, pero es una parte de él. De ahí el origen de los contratos entre los hombres y de la justa posesión; de ahí también el origen de la moralidad cuando cada hombre se abstiene de perjudicar a su prójimo.

Pero si cada voluntad humana permanece, por decirlo así, separada y alejada de las demás voluntades, o si sólo se une a ellas mediante un contrato que ligue a todas las individualidades sin quitarle a cada una su individualismo, esta moralidad es imperfecta y abstracta. Por tanto, es necesario que cada voluntad quede limitada en un determinado orden natural y concreto, gracias al cual tienda realmente, y no de una manera abstracta, a la universalidad. He aquí el origen de la familia, de la sociedad civil y del propio Estado. Solamente entonces se dan en verdad unas costumbres concretas y vivificadoras (no se trata ya de Moralität , sino de Sttlichkeit ).

 

Fuente: Los orígenes del socialismo alemán. Jean Jaurès. Ediciones de Cultura Popular. Barcelona. 1967.

 

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