Hemos dejado para el final un desarrollo pormenorizado de las dos teorías morales más importantes, el deontologismo y el utilitarismo...
Hemos dejado para el final un desarrollo pormenorizado de las dos teorías morales más importantes, el deontologismo y el utilitarismo. Es hora de que nos detengamos en ellas. El deontologismo y el utilitarismo responden a dos actitudes inmediatas y aparentemente contradictorias que todos tenemos. Por un lado, pensamos que algo es bueno si tiene las consecuencias deseadas y, por otro lado, pensamos que algo es bueno si creemos que debe hacerse, al margen de las consecuencias. Salvar a un náufrago debe hacerse, opinaría el deontologista, sean cuales sean las consecuencias. Si al salvar al náufrago se hundiera el barco y murieran cientos de pasajeros, no debería hacerse, opina el utilitarista.
Es ésta una eterna disputa entre esas dos partes de nuestro cerebro que miran a sitios distintos. Una es la racionalidad estratégica y calculadora que hace inventario de los bienes según los resultados. La otra es la actitud más radicalmente moral, que no se detiene en ese pormenorizado cálculo. Se trata, además, de posturas distintas, de sensibilidades, incluso culturales, distintas. Efectivamente, el utilitarista es más pragmático, su vista está puesta en el futuro y no en el pasado. Prescinde, como se ha dicho, de los “ecos del yo”. Nietzsche escribía que es una teoría propia de “tenderos ingleses”. El tópico de que tiene que ver con la típica cultura empirista inglesa ha llegado incluso al Parlamento europeo. Cuando el Reino Unido aprobó no sólo la investigación con embriones sino la creación artificial de embriones para obtener las ansiadas células madre, la mayoría conservadora volvió a repetir lo del clásico utilitarismo inglés. El deontologista, por al contrario, mira al fondo del sujeto, al inicio de la acción, a las intenciones, a la conciencia, al
yo autónomo y responsable.
“Fiat iustitia pereat mundus” (“Que se haga justicia aunque perezca el mundo”) sería su consigna y en él se transparenta un tono entre metafísico y romántico.
Fuente: La Ética. Contada con sencillez. Javier Sádaba. Madrid. 2004.
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