Hombre de cisma, Lenin, que parecería hacer doctrina de la teoría, creencia de la lógica, mensaje del discurso y herejía de la disidencia...
Hombre de cisma, Lenin, que parecería hacer doctrina de la teoría, creencia de la lógica, mensaje del discurso y herejía de la disidencia, no es sin embargo un doctrinario: al contrario, mientras el doctrinario supedita su práctica a la doctrina y pone los hechos a su servicio, Lenin supedita ésta a aquélla y no vacila en cambiarla o forzarla cuando no se muestra ajustada a esos hechos. Ni, tampoco, un agitador, un hombre de acción, un
condotiero , un reformador social, un visionario utópico, un sectario, un “dictador”. Ni, en fin, aunque tuviera rasgos de ello y durante siete años ejerciera como tal, lo que se suele entender por un “hombre de Estado”.
Lenin, como entre otros ha recalcado el profesor Adolfo Sánchez Vázquez, en su notable
Filosofía de la praxis , cuya línea general de razonamiento seguimos ahora, es ante todo y sobre todo un dirigente político revolucionario. Algo, en efecto, tan obvio que suele olvidarse. Pero obviedad, no obstante, sin la que es imposible entender ni la persona Lenin, si un acción en el mundo, ni el “leninismo” en que ésta se concreta. Teoría de la práctica y práctica de la teoría, el discurso leniniano es praxis. Su actividad es pues política, es decir, conscientemente encaminada a la transformación objetiva del mundo, y revolucionaria, es decir, radical, no reformista. Radical y no reformista, y, a diferencia de otros políticos radicales, basada no ya en ideas, sino también en ideales: en el ideal de la igualdad social sin la que ninguna justicia es realmente posible, ni ninguna libertad real. Su acción es por tanto inseparable de un proyecto universal de liberación conscientemente asumido y que objetivamente lo es. Lo que le aleja ya de entrada de cualquier otro tipo de movimiento revolucionario no basado en ideales y hace imposible equiparación alguna con cualquier otro tipo de políticos radicales que no persigan ese ideal.
Así, pues, la teoría del partido que Lenin expone en el
¿Qué hacer? no debe entenderse como discurso absoluto y esencial producto de una visión jacobina del poder o de una concepción totalitaria del Estado-partido inscrita desde la eternidad en su código genético-político. De hecho, ante la espontaneidad mostrada por las masas en 1905 y 1917 dará un giro completo a su tesis del
¿Qué hacer? . Esa concepción se forja con arreglo a unas determinadas condiciones histórico-políticas y en función de ellas. Responde a un objetivo práctico: por una parte, la unificación de todos los socialdemócratas en torno a un programa común y a una sola organización en unas condiciones históricas concretas, las de la autocracia de la Rusia zarista en 1902, que exigen la clandestinidad, lo que a su vez impone la centralización y estricta jerarquización. Por otra, la creación de un instrumento idóneo capaz de combatir ideológicamente, en una coyuntura histórico-política determinada, el avance y consolidación de una interpretación mecanicista del marxismo que imposibilitaría la transformación revolucionaria. En este sentido, su discurso es instrumental, teoría con la que intenta enderezar una situación que, según una norma ideal, se habría torcido. Y él mismo es consciente de la radicalización -exageración- de posturas que eso implica: “los economicistas curvaron el bastón hacia un lado. Para enderezarlo había que curvarlo al lado opuesto y eso es lo que yo he hecho”, dirá. Así, la acción de Lenin es siempre reacción -reacción reflexionada- ante unas determinadas condiciones y con vistas a un fin último, la revolución. Hombre de praxis -y en ese sentido sí es un marxista ortodoxo-, entiende por tanto la teoría como elaboración conceptual que sólo y únicamente puede forjarse desde el lugar de la práctica y en contacto con ella, no desde el cielo de la especulación. Ciertamente, praxis no significa “pragmatismo” sino todo lo contrario: mientras que el “pragmático” supedita todo ideal a una realidad considerada por él como inamovible, y que
Fuente: Lenin. Francisco Díez del Corral Zarandona. El Viejo Topo. Barcelona. 1999.
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