Hoy hemos visto el más hermoso panorama y al hombre melancólico. El panorama era como un solo verso de una poesía que se forma por sí sola...

Hoy hemos visto el más hermoso panorama y al hombre melancólico. El panorama era como un solo verso de una poesía que se forma por sí sola; la moldeada colina, toda ella rojos y verdes; las líneas alargadas; cultivada hasta la última pulgada; vieja, loca, y perfectamente dicha, de una vez para siempre. ¿Qué pueblo es éste? Se llamaba... Y la mujer de ojos azules dijo: “¿Por qué no viene a mi casa y toma un refresco?” Se moría de ganas de hablar. Cuatro o cinco nos rodearon zumbando, y yo pronuncié un ciceroniano discurso alabando la belleza del paisaje. Pero no tengo dinero para viajar, dijo retorciéndose las manos. No fuimos a su casa, casita de campo situada en la ladera de la colina; y le estrechamos la mano; estaba polvorienta; quiso evitar que se la estrecháramos; pero todos nos estrechamos la mano, y sentí deseos de haber ido a su casa, en el más bello paisaje. Luego, mientras almorzábamos junto al río, entre la hormigas, conocimos al hombre melancólico. Llevaba cinco o seis pescados pequeños en las manos, pescados que había cogido con las manos . Dijimos que era un país muy hermoso; y él dijo que no, que prefería la ciudad. Había estado en Florencia; no, no le gustaba el campo. Quería viajar, pero no tenía dinero; trabajaba en un pueblo; no, no le gustaba el campo, repitió, con su voz dulce y culta; no había teatros, no había cines, sólo belleza perfecta. Le di dos cigarrillos, al principio los rechazó, pero después nos ofreció sus seis o siete pescaditos. Pero, dijimos, no los podríamos guisar, en Siena. No, reconoció, y nos separamos.
Me parece muy bien decir que una escribirá notas, pero escribir es un arte muy difícil. Es decir, una siempre tiene que seleccionar; y me siento adormilada, por lo que lo único que hago es dejar que la arena se me escape por entre los dedos. Escribir no es, ni mucho menos, un arte fácil. Al pensar lo que se va a escribir, parece fácil; pero el pensamiento se evapora, huye allá y acullá. Y aquí estamos en el ruido de Siena, la vasta ciudad de piedra, con arcadas y túneles, atestada de niños que hablan y chillan.

 

Fuente: Diario de una escritora. Virginia Woolf.

 

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