Igual que con el propio Montaigne, gran parte de lo que decían los “libertinos” y aforistas...

Igual que con el propio Montaigne, gran parte de lo que decían los “libertinos” y aforistas giraba en torno a la cuestión de cómo vivir bien. Los “libertinos” valoraban cualidades como el bel esprit, que se podría traducir como “buen humor”, pero que fue mejor definido por un escritor de la época como “ser alegre, vivaz, estar lleno de fuego, como se muestra en los Ensayos de Montaigne”. También aspiraban a la honnêteté, es decir, la rectitud, que significaba una vida con sentido moral, pero también “buena conversación” y “buena compañía”, según el diccionario de la Academia francesa de 1694.

Alguien como Pascal no quería vivir así; habría supuesto dejarse distraer por los asuntos de este mundo, en lugar de mantener los ojos fijos en cosas fundamentales. Uno se imagina a Pascal mirando hacia arriba, a los espacios abiertos del universo, lleno de terror místico y deleite, igual que Descartes miraba con intensidad la estufa ardiente. En ambos casos hay silencio y una mirada fija: los ojos bien abiertos, llenos de maravilla, de cavilación profunda o de horror.

Los “libertinos”, y todos aquellos de la compañía del bel esprit, no miraban así. ¡Qué horror! Ellos no soñarían siquiera con mirar fijamente nada, ya estuviera alto o bajo en el universo, con los ojos muy abiertos como una lechuza. Por el contrario, observaban a los seres humanos maliciosamente, con los párpados medio cerrados, viéndolos como eran… empezando por ellos mismos. Esos ojos somnolientos percibían mejor la vida que Descartes con sus “ideas claras y distintas” o Pascal con sus éxtasis espirituales. Como observaría Friedrich Nietzscche siglos más tarde, la mayor parte de las observaciones genuinamente valiosas sobre la conducta y la psicología humana (y por tanto sobre filosofía) “se detectaron y establecieron en primer lugar en esos círculos sociales que hacían todo tipo de sacrificios no por el conocimiento científico, sino por una coquetería ingeniosa”.

A Nietzsche le hacía gracia la ironía del asunto porque detestaba a los filósofos profesionales como clase. Para él, los sistemas abstractos no servían para nada; lo que contaba era la conciencia crítica propia: la capacidad de curiosear en las motivaciones propias y sin embargo aceptarse a sí mismo tal y como uno era. Por eso le encantaban los aforistas como La Rochefoucauld y La Bruyère, así como su antepasado Montaigne. Llamaba a Montaigne “este espíritu, el más libre y vigoroso que ha habido”, y añadía: “El hecho de que semejante hombre haya escrito aumenta el gozo de vivir sobre la tierra”. Al parecer, Montaigne dominaba los trucos de la vida tal y como deseaba hacer Nietzsche, sin pequeños resentimientos ni pesares, abrazando todo lo que había pasado son el deseo de cambiarlo. La observación casual del ensayista, “si tuviera que vivir otra vez, viviría tal y como he vivido”, encarnaba todo lo que Nietzsche pasó toda su vida intentando alcanzar. Montaigne no sólo lo consiguió, sino que incluso escribió sobre ello en un tono como de pasada, como si no fuera nada especial.

 

Fuente: Cómo vivir. Una vida con Montaigne. Sarah Bakewell. Editorial Planeta. Barcelona. 2011.

 

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