La afirmación básica de Adam Smith de que el avance material de la sociedad humana...

La afirmación básica de Adam Smith de que el avance material de la sociedad humana sólo es posible con la coordinación que lleva a cabo el mercado de las funciones económicas especializadas y la competencia entre los productores es incuestionable. Hasta ahora la sociedad humana no ha desarrollado instituciones económicas y sociales más capacitadas para coordinar una actividad tan compleja y para estimular el dinamismo económico. Sin embargo, hay que hacer algunas puntualizaciones importantes a este argumento ampliamente aceptado. Primera, el mercado es sólo una parte del capitalismo; no ha de identificarse totalmente con todo el sistema económico, como viene suponiendo sin mayor reflexión buena parte de la economía neoliberal. Esta tradición enfatiza la libertad legal formal de todas las clases de agentes económicos para negociar, competir y así producir los precios que actúan como señales que consiguen integrar de forma espontánea e impersonal la actividad económica descentralizada a gran escala. Algunas partes de las economías capitalistas contienen mercados que se asemejan a este modelo, pero no son típicas, y la estructura general del capitalismo no ha de concebirse de este modo. El capitalismo es un sistema económico en el que la propiedad y el control del capital confieren el poder de emplear trabajo asalariado en unos términos que, como veremos en el capítulo 6, vienen determinados por la lucha por el poder en una institución que no es mercado: la empresa capitalista.

Segunda, el intercambio mercantil no es sólo un mecanismo funcionalmente eficiente para asignar recursos; es también una arena de conflicto. Como hemos visto, Marx se centró en la lucha básica entre el capital y el trabajo y, más generalmente, Weber consideraba que el mercado era el locus de “la batalla del hombre contra el hombre” (Weber, 1978: 93). Además, se puede afirmar que el poder concentrado del monopolio y el oligopolio es un resultado típico de estas luchas, que redunda en la dominación de las grandes empresas sobre los proveedores y consumidores.

Tercera, la búsqueda del autointerés material mediante la competencia entre los agentes económicos produce una amplia serie de consecuencias negativas no intencionadas. Como veremos en los siguientes capítulos, a los Estados –solos o colectivamente- se les requiere que intervengan para regular y controlar los efectos autodestructivos del mercado, atendiendo a las necesidades de bienestar para mantener la calidad del “capital humano”, diseñando planes para evitar el agotamiento y la degradación del medio ambiente y, lo que es más importante aún, encargándose del rescate del sistema financiero cuando los impagos y las quiebras bancarias amenazan con el colapso.

Por último, hay que subrayar que los intercambios mercantiles que vinculan las diferentes partes de las economías capitalistas modernas no son un resultado “espontáneo” y directo de la supuesta capacidad humana para la negociación cooperativa, como afirman algunas versiones del liberalismo económico. En las economías precapitalistas, los mercados eran principalmente “lugares de mercado” -bazares, plazas, ferias- donde se llevaban a cabo el trueque y el regateo cara a cara. Estos se parecen superficialmente a la concepción económica del liberalismo económico del mercado primigenio, pero un análisis más profundo muestra que los intercambios se regían por complejas estructuras sociales de normas y convenciones.

 

Fuente: Capitalismo.Geoffrey Ingham.Alianza Editorial.Madrid.2010.

 

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