La agresión forma parte de la moneda de cambio en todas las interacciones masculinas...
La agresión forma parte de la moneda de cambio en todas las interacciones masculinas. La bioquímica y la culturización de los varones se combinan para generar un clima amenazador en el que los hombres, sobre todo los hombres jóvenes, optan por vivir peligrosamente. La adrenalina es una de las drogas que el hombre violento se autosuministra. La inundación del flujo sanguíneo con sustancias de “lucha o huida” genera un placer en estado bruto; muchos de nuestros pasatiempos están basados casi exclusivamente en la estimulación deliberada del terror. Se considera patéticas a las personas que no son amantes de la excitación, a quienes les atrae tan poco la idea de montarse en el “gran dragón” del parque de atracciones como el plan de entregarse a una orgía de destrucción y ensañamiento con cualquiera que se cruce en su camino como entretenimiento, o que son incapaces de ver películas que consisten en poco más que una representación realista de torturas, bombardeos, masacres, mutilaciones o el simple amedrentamiento de otras personas. Nuestra cultura presenta ahora muchos más actos de violencia rebuscada con una diversidad mucho mayor de medios y con mucha mayor frecuencia que hace treinta años. Por consiguiente, digan lo que digan las ideologías oficiales, nuestra cultura es, a mi modo de ver, menos feminista que treinta años atrás. La brutalidad, como todas las demás formas de pornografía, daña a todas las personas que se ven expuestas a ella. La violencia priva de sus derechos y autonomía a cuantos son más débiles, incluidas las niñas y niños, las personas mayores y las mujeres.
Fuente: La mujer completa. Germaine Greer. Editorial Kairós. Barcelona. 2000.
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