La cara picassiana de un pez pleuronectiforme como el lenguado...(Richard Dawkins)

La cara picassiana de un pez pleuronectiforme como el lenguado, retorcido grotescamente para situar ambos ojos en el mismo lado de la cabeza, es otra demostración sorprendente de una restricción histórica a la perfección. La historia evolutiva de estos peces está escrita tan claramente en su anatomía que es un buen ejemplo para echárselo en cara a los fundamentalistas religiosos. Lo mismo se podría decir del hecho curioso de que la retina de los ojos de los vertebrados parece estar instalada al revés. Las “fotocélulas” sensibles a la luz están en la parte trasera de la retina y la luz tiene que pasar a través del conjunto de circuitos conectados, causando una inevitable atenuación antes de alcanzarlas. Presumiblemente sería posible establecer una larga secuencia de mutaciones que conducirían finalmente a la producción de un ojo cuya retina estuviera “en el sitio más oportuno” como ocurre en los cefalópodos y podría ser, al final, algo más eficiente. Pero el coste por el trastorno causado a nivel embriológico sería tan grande que las etapas intermedias estarían fuertemente desfavorecidas por la selección natural en comparación con su rival, el “arreglo” actual que, después de todo, funciona bastante bien. Pittendrigh (1958) ha dicho correctamente sobre la organización adaptativa que es “un mosaico de arreglos provisionales, por así decirlo, construido a partir de lo que estaba disponible cuando se presentó la ocasión, y aceptado a posteriori  y no en previsión de los efectos de la selección natural” (ver también Jacob, 1977, sobre el concepto de los “remiendos en la evolución”).

La metáfora de Sewall Wright (1932), que se ha hecho conocida bajo el nombre de “paisaje adaptativo”, expresa la misma idea: el hecho de que la selección vaya a favor de un óptimo local impide la evolución en la dirección de un óptimo finalmente superior, mucho más global. Su énfasis algo incomprendido (Wright, 1980) sobre el papel de la deriva genética al permitir a los linajes escapar del empuje del óptimo local y, de ese modo, alcanzar lo que un humano reconocería como “la” solución óptima, contrasta de forma interesante con el recurso que hace Lewontin (1979b) de la deriva como una “alternativa a la adaptación”. Como en el caso de la pleiotropía, no existe aquí nada paradójico. Lewontin tiene razón al afirmar que “la finitud de las poblaciones reales tiene como resultado cambios al azar en la frecuencia génica, por lo que, con una cierta probabilidad, las combinaciones genéticas con una eficacia reproductiva menor se fijarán en la población”. Pero, por otro lado, también es verdad que hasta el punto en que el óptimo local constituye una limitación a la consecución de la perfección del diseño, la deriva tenderá a proporcionar una salida (Lande, 1976). Resulta entonces que, irónicamente, ¡una debilidad en la selección natural puede, teóricamente, aumentar la probabilidad de que un linaje logre su diseño óptimo!  Dado que no tiene ninguna previsión, la selección natural en estado puro es, en cierto sentido, un mecanismo antiperfección, alcanzando, como hará, las cimas de las estribaciones bajas del paisaje de Wright. Una mezcla de fuerte selección intercalada con períodos de relajación en la selección y de deriva puede ser la fórmula para cruzar los valles hasta las tierras altas. Claramente, si el “adaptacionismo” llega a ser una cuestión en la que los asuntos que debatir se decidan por una competición a puntos, ¡hay posibilidades para que ambos bandos sumen los suyos!

 

Fuente: El Fenotipo Extendido. Richard Dawkins. Capitán Swing Libros. Madrid.2017.

 

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