La ciencia es en el fondo la creación más dolorosa para el hombre, pues el primer principio del método científico obliga a la mente a excluirse del objeto del conocimiento...
La ciencia es en el fondo la creación más dolorosa para el hombre, pues el primer principio del método científico obliga a la mente a excluirse del objeto del conocimiento. El beneficio es conocimiento objetivo y universal, el precio es la soledad cósmica del científico. El científico no está presente en el modelo del mundo. Es, como máximo, una anécdota curiosa. Su objetivo es formular buenas preguntas a la naturaleza. La respuesta es lo de menos, porque cada pregunta llega en realidad con la respuesta a cuestas. La respuesta es pura rutina. El momento de íntima trascendencia para el creador científico es cuando una pregunta rebota en alguna parte y se refleja en forma de una nueva pregunta. Es justamente en ese momento cuando el científico es consciente de su acto creador. Pero no hay ciencia si los demás no dicen que la hay. El científico nunca está seguro de haber hecho ciencia.
El arte no sirve a tan cruel principio. Más bien al contrario. La mente creadora se empeña en estar presente en el objeto de conocimiento. El verdadero y acaso único principio del arte es el que asegura la probabilidad de una especie de milagro:
la comunicabilidad de complejidades ininteligibles. El acto artístico es un acto entre pares de mentes, la productora de conocimiento y la receptora. La emoción del arte está siempre en la mente receptora que cree recibir. Y el momento de trascendencia para el creador artístico es, claro, cuando experimenta su propio milagro. Una sola mente es suficiente para la existencia de arte. El artista siempre sabe muy bien si ha hecho arte.
Fuente: Ideas para la imaginación impura. Jorge Wagensberg. Tusquets Editores. Barcelona. 1998
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