La concepción del economista austriaco Joseph Schumpeter sobre la democracia efectiva se deduce de su análisis teórico sobre el comportamiento de los miembros de la masa. Para dicho autor, la realización de la voluntad popular y el “bien común”, fundamento en Rousseau de la legitimidad del Estado, no pueden tener lugar a partir de un proceso de deliberación y de elección directa de representantes. El “bien común” representa conceptos distintos para cada uno de los individuos que componen la masa. Además, en el hipotético caso en que los ciudadanos coincidieran en dicha meta, diferirían en los múltiples caminos existentes para alcanzarla. Esto conduce a una situación paradójica, en la cual se puede dar el caso de que la suma de las distintas preferencias individuales dé lugar a un resultado que no agrade a nadie y que, incluso, sea peor que el resultado de una decisión de carácter autoritario. La democracia entendida a partir de su definición idealista no representa, por tanto, una forma eficiente de adopción de decisiones colectivas.
La principal razón por la cual Schumpeter considera poco factible la definición idealista de la democracia reside en la inmadurez y la ignorancia política de los ciudadanos, lo que hace imposible el cumplimiento del contrato social. Los ciudadanos, influidos por impulsos irracionales, valores y prejuicios que se sitúan más allá de la mera lógica, no son lo suficientemente responsables cuando se debaten cuestiones políticas, independientemente de su nivel de instrucción y de la calidad de la información con la que cuenten: “el ciudadano normal desciende a un nivel inferior de prestación mental tan pronto como penetra en el campo de la política. Argumenta y analiza de una manera que él mismo calificaría de infantil si estuviera dentro de la esfera de sus intereses efectivos”.
Estos condicionantes psicológicos pueden llevar a que la experiencia democrática sea aprovechada por grupos que persiguen fines interesados. El ser humano en Schumpeter presenta una naturaleza psicológica similar a la expuesta por Hobbes, ya que miente y utiliza información política seleccionada y adulterada con la finalidad de conseguir sus objetivos privados. Sin embargo, el resultado no es la guerra provocada por el odio, la desconfianza o la envidia, sino un estado de confusión en el que la voluntad del pueblo acaba siendo el producto y no la fuerza propulsora del proceso político: “en realidad, el pueblo no plantea ni decide las controversias, sino que estas cuestiones, que determinan su destino, se plantean y deciden moralmente para el pueblo”.
Como en Pareto y, de manera más dramática, en Hobbes, en Schumpeter se puede comprobar que la naturaleza humana hace imposible que el ejercicio democrático efectivo coincida con el concebido por los pensadores idealistas. La alternativa más eficiente consiste en una pluralidad de élites políticas que compiten por el poder en igualdad de condiciones y con las mismas oportunidades. Esta fórmula ha sido identificada por algunos analistas como la versión sociológica del liberalismo económico.
Sometida a estas condiciones, la democracia se define en la práctica como un “sistema institucional en el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo”. Esta “competencia por el caudillaje” lleva a los contendientes políticos a incluir en sus programas electorales mensajes capaces de activar y estimular demandas o entre los electores, para convertirlas en “factores” o recursos políticos que les faciliten la victoria electoral. Por ello, el método democrático consiste en entregar el Gobierno y la adopción de decisiones a la élite política más competitiva en la obtención del apoyo de los votantes.
La concepción schumpeteriana de la política como competencia entre partidos es similar a la de Michels y sus puntos de vista llegan a asemejarse aún más cuando Schumpeter define los partidos como un conjunto de grupos cuya principal finalidad consiste en prevalecer sobre los demás, con el objeto de conseguir o permanecer en el poder. Esta naturaleza finalista lleva a que las decisiones políticas no constituyan el fin, sino la materia prima de la actividad parlamentaria. El sistema de partidos descrito remite a un entramado burocrático que reduce la independencia, en primer lugar, de los diputados, representantes del pueblo, pero subordinados a los intereses de su partido y, en segundo lugar, del Primer Ministro, que han nombrado tras vencer en las elecciones.
Esta nueva versión de la “ley de hierro de la oligarquía” de Michels convierte la democracia en un sistema en el que el pueblo tiene la oportunidad de aceptar o rechazar a los hombres que compiten entre sí para gobernarlo: “la democracia es el gobierno del político”. Schumpeter concibe la eficiencia política y democrática a partir de un mecanismo particular de circulación de élites, que se basa en la competencia entre ofertas políticas que se construyen a partir de las demandas latentes de los electores.
Fuente: ¿Cómo se gobierna España? Andrés Villena Oliver. Editorial Comares. Granada. 2017.